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Cultură

Follar te está matando

La búsqueda irracional del polvo nos condena a una vida miserable.

Cuando uno sale por la noche siempre tiene esa pequeña chispa de esperanza —aunque sea tímida o inconsciente— de acabar follando. Esto se puede aplicar a TODO EL MUNDO, nadie se escapa de esta “maldición”; la gente que tiene pareja, los ancianos, los dioses o los presidentes de países desarrollados, todos quieren fornicar. Es natural, es un tema de propagación de la especie, todo lleva a eso. Cuando te pides esa primera cerveza lo que realmente estás haciendo es bajarte un poco más la bragueta.

Todo esto puede parecer correcto, incluso sano, pero oculta una verdad devastadora. La cara oculta de la cacería nocturna. El término “cacería” nos viene como anillo al dedo para explicar esta teoría. Una cacería es algo ritual, una acción que se hace en comunidad. Varios sujetos se juntan, se arman y traman estratagemas para cazar un pobre cervatillo que deambula inocente por los prados del paleolítico. Una vez la pieza es capturada y dejada sin vida, el grupo se desplaza a su guarida de palurdos del pasado y comparten el trofeo con toda la camada. Es una acción grupal en todo su desarrollo. La comparación estalla en mil pedazos en este último punto. En el caso del entretenimiento nocturno con fines copulativos tenemos también a un grupo de individuos armados con sendas pollas afiladas o berzas desplegadas buscando su víctima. La diferencia radica en que, pese a que el cerco se hace en comunidad, el consumo de la pieza se convierte en una actividad individual. Cada uno adquiere su botín y cada uno lo consume por separado. Una acción grupal se embuda hacia la individualidad. Lo de todos se estrecha hasta convertirse en lo de uno. Es la separación del conjunto, y eso, amigos, es el mayor problema de nuestra sociedad. Es lo que nos ha llevado a donde estamos, es el liberalismo económico, es la muerte en nuestra cabeza.

Si observamos el mapa general que produce este hecho, seremos testigos de cómo nuestra sociedad se estructura a partir de binomios, pequeños islotes independientes que se encierran en sí mismos. Las organizaciones que agrupan a más de dos personas resultan incomprensibles en el devenir de los humanos. Es una desintegración lenta —pero de goteo constante— de la idea del grupo hermético e inseparable que suponían las tribus. En fin, la articulación de nuestra sociedad ha aniquilado esta concepción de comunidad. Todos terminamos filtrados hacia la pareja, el grupo de amigos de antaño se separa y cada una de sus células se aparea con un ente externo, disolviendo por completo la intimidad que existía antes, una intimidad que ahora se limita a una sola persona. La debilidad que genera esto facilita el dominio y el control de una sociedad adormecida por culpa de este concepto falso de familia. Nos venden el amor como la única vía que existe para organizarse: enamorarse, encontrar pareja y generar una familia. El amor, ese sentimiento incomprensible y poco específico, es en lo que basamos toda nuestra existencia. Las parejas son estúpidas y egoístas y no permiten a nadie más dentro de su club exclusivo. Es evidente que compartir la vida con más personas genera más ideas y más conocimientos que hacerlo con una sola.

¿Estoy diciendo que tenemos que dejar de convivir con esa idea de familia nuclear y empezar a organizar el concepto de “familia” de una forma distinta? ¿Estoy proponiendo vivir bajo una idea comunal donde varias personas se relacionan —en todos los sentidos, incluso sexual— bajo un mismo techo? Puede ser. Lo que está claro es que la idea de vivir y morir en pareja es un error. ¿Cuántos dramas se han generado alrededor de la muerte de una de las dos cabezas de esa impecable anfisbena? Sería más fácil de llevar si en vez de una serpiente de dos cabezas estuviéramos hablando de una magnífica hidra de siete cabezas. Cuando uno de los miembros de la pareja fallece uno es condenado a la soledad ya que todo a su alrededor está estructurado  en base a la dualidad de las parejas herméticas e inseparables —los productos de consumo, desde los coches hasta la comida, se canalizan a través de esta idea de dualidad y familia—. Uno no es nada, uno no puede ni terminarse entero un paquete de pan de molde sin que se pudra. Se rechaza el concepto de lo individual cuando es lo único que se está favoreciendo. Tanto como la muerte es irrenunciable, todos nos encontraremos —en algún momento— en esta misma situación, y si dos ya son débiles, uno es menos que un tallo de hierba.

La solución de este problema es —y nos encontramos de nuevo con la comparación con la caza— una responsabilidad comunitaria. Uno solo no puede apostar por esta idea, ya que su entorno está invadido por el concepto de dualidad. El cambio se tiene que ejercer de forma grupal, tiene que haber una renuncia consciente y comunitaria hacia la idea de la pareja. Si no nos juntamos todos para cazar esa idea todo seguirá siendo lo mismo. Soy consciente de que esto es una utopía y que puede parecer una excusa al hecho de que lleve meses sin follar pero ciertamente creo que unir, en vez de separar, es mucho más productivo (y aquí me alejo de ideas secesionistas o unionistas, más que nada porque las fronteras me parecen, de base, una barbaridad). Así que la próxima vez que salgas con tus amigos a “pillar coñitos” piénsatelo un par de veces. Quizá sea mejor centrar tu atención hacia los colegas que ir chequeando el bar en busca de una damisela envenenada que terminará destruyendo tu vida.