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Cultură

Ibiza casi acaba conmigo

Mi paso por Ibiza ha cambiado por completo mis expectativas de la cultura del clubbing. En Ibiza se conjugan la resistencia, el entorno, la diversión, en un cóctel que resulta difícil de olvidar o de emular.

Ibiza es casi una constante en nuestro imaginario colectivo. Con una extensión inferior a la de Mallorca, la isla no solo se ha erigido en el destino vacacional de anglosajones ávidos de sol y enfermedades de transmisión sexual, sino también en el Shangri-La del tech-house, un lugar cuya grandeza carente de tabúes y rebosante de pasotismo hace que valga la pena pasar 50 y pico semanas entre hojas de cálculo y alimentándonos a base de pizzas congeladas. Un lugar al que la gente no solo va de visita, sino al que acude para trabajar mientras está de visita, cerrando así el bucle de la juerga eterna.

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Según los tópicos, en la isla abundan los pastilleros y los hippies de Portobello, las masas de gente con la mandíbula desencajada que se apiñan en una punta de Ibiza al compás de los coletazos de una sesión de 15 horas con Roger Sanchez, y los amigos personales de Jade Jagger y James Blunt, reunidos en la otra punta, fumando hierba carísima y con los pies enfundados en botas de cowboy azul turquesa.

Durante los últimos años, la reputación de la isla ha acabado por atraer a un público muy ecléctico: desde chicos con tatuajes hasta en los dientes a jóvenes oligarcas; desde grandes figuras de Resident Advisor a mugrientos vagabundos, mochila en ristre y, cómo no, famosos como Orlando Bloom, cuyo paso por Ibiza fue célebre por intentar pegar a un niño. En definitiva, la Ibiza del 2014 es una especie de muestra demográfica de todos los sectores de la población joven a los que se ha puesto en una isla y se les ha dado cantidades ingentes de droga.

Al no haber pisado nunca Ibiza, siempre me había sentido fascinado por ella. En las frías mañanas de febrero me gustaba reproducir una y otra vez el vídeo "Needin' U", de David Morales o escuchaba "Sunchyme", de Dario G, en el bus de camino a casa, recordando días mejores. Este verano, por fin, fuimos a Ibiza para grabar una película, Big Night Out: Ibiza, que pronto podrás disfrutar en VICE.

Ibiza siempre ha sido un sitio decadente. Incluso su nombre procede de Bes, el dios egipcio de la música y la danza. Pero el concepto de la isla como paraíso de los clubbers probablemente se debe a un solo hombre: Alfredo Fiorito. Este argentino salió de su país natal en 1976, huyendo del régimen militar y, tras pasar una breve temporada en la península, se unió a varios amigos suyos que ya se habían establecido en las Baleares. Era la época en la que España también se estaba sacudiendo los vestigios del régimen franquista y empezaba a disfrutar de la libertad de la democracia. ¿Qué mejor lugar, pues, para celebrar la muerte de un dictador malnacido que Ibiza?

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Tras dejar sus trabajos como propietario de una tienda de velas y de camarero, Alfredo se inició en el arte de pinchar discos. Al poco fue contratado por Amnesia, una discoteca que hacía muy poco que había abierto sus puertas. Fue allí donde se granjeó una legión de seguidores gracias a sus legendarias sesiones de 12 horas en las que mezclaba de todo: desde los comienzos del new beat belga hasta los Woodentops, Joe Smooth, el hip-hop o incluso U2. Alfredo ya celebraba raves antes de que las raves se inventaran, mezclaba himnos del pop con ritmos de percusión en lo que pronto se dio en llamar "ritmo balear".

Poco después, Paul Oakenfold y Danny Rampling exportaron la experiencia a Bermondsey, en Londres. En sus discoteca, Shoom, el fenómeno se fundió con el auge del éxtasis, dando vida a una nueva obsesión: la cultura rave. Nadie discute que el house nació en Chicago, pero tampoco cabe duda de que el consumo de pastillas, la espera ansiosa de los apoteósicos solos de piano y la ascensión a los cielos son obra y gracia de Alfredo y de Ibiza.

Fotos por Rhys James and Grant Armour

Pero Ibiza no es un museo. Esos días han quedado atrás y actualmente la isla entra es una enorme máquina de amasar billetes. Muchos, muchos billetes. El frío aroma del dinero contante y sonante inunda toda Ibiza, así como las posibilidades para ventilárselo. Las discotecas se asemejan más a casinos de Las Vegas o a parques temáticos que los sitios a los que irías para pillar una turca y bailar un poco. Las entradas no suelen bajar de 50 €, una bebida cuesta, como poco, 15 €, y mientras tanto, los parquímetros de fuera no dejan de contar el tiempo en forma de dinero.

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Dicho esto, hay que reconocer que no hay muchos lugares en el mundo a los que uno pueda ir a ver a los mejores DJ en unos entornos increíblemente maximalistas como las superdiscotecas de Ibiza. Space es a Carl Cox lo que el Bernabéu a Cristiano Ronaldo o lo que el Louvre es a la Mona Lisa; son escenarios creados para ser tan rabiosamente irrepetibles como sea posible. Puedes intentarlo en tantas partes como quieras, pero nunca lograrás recrear las sensaciones de estar de fiesta en la playa, bajo las palmeras y los trenes de aterrizaje de los Boeing que llegan a la isla.

Los propios clubes son experiencias intensas: te llevarán al límite, pero la sensación será tan bestial que querrás existir más allá de esos límites para siempre. Son fiestas que hay que ganarse con sudor por lo elevado de sus precios, debidos en parte a que atraen a más gente que un partido de fútbol de segunda división y en parte a que la gente se organiza el año entero en función de esas fiestas. Nadie se va a Space a tomarse "una bien fría".

El estilo de vida en Ibiza es brutal –a mi regreso, me sentía como si estuviera recuperándome de una operación de cirugía-, tan ajeno a la banalidad de la vida que no puedes evitar lanzarte de cabeza en él. Te levantas a las 17:00, empiezas a beber a las 17.30, comes un poco de pizza asquerosa, vas a la playa, bebes más, llegas a la discoteca a eso de las 02:00 y te marchas a las 07:00. Sigues la fiesta en la villa en la que te alojas hasta mediodía y vuelta a empezar al día siguiente.

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En Amnesia, uno de los clubes más antiguos y prestigiosos de Ibiza, nos encontramos con Luciano, toda una leyenda local cuya sesión Origins sigue siendo una de las mayores atracciones de la isla, a la que acuden varios miles de clientes para regocijo de su bolsillo.

Desafiando la normativa europea con su cigarrillo en la boca, el DJ regaló a los presentes con impresionantes sesiones de house tribal, minimal techno y una colección de sonidos y ritmos procedentes de sus orígenes suizo-chilenos que constituyen toda una declaración de lo que tiene que tener un DJ de Ibiza que se precie: saber reaccionar al espacio, sopesar al público, hacer que la gente no pare de mover los pies ni un segundo, transportar esa magia de la nada y ahumar a la gente con CO2 cuando sea posible.

Sin embargo, existe una Ibiza de "baja gama", al margen de la esfera de las superdiscotecas. Hay un lugar repleto de pubs con los nombres de personajes de series británicas de la década de 1970, tiendas de fish and chips y capullos hormonados con cintas para el pelo fluorescentes, ciegos de Sea Breeze y vomitando en las alcantarillas.

Ese lugar es San Antonio. El tío de la foto de arriba, que no paraba de señalarse la polla que tenía tatuada en el gemelo y de repetir que tenía "una polla en la pierna", es el paradigma del tipo de persona que pasa sus vacaciones en San An, comiendo patatas asadas en la playa y cantando canciones sectarias mientras los nativos se preguntan qué habrán hecho para merecer esto.

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Afortunadamente, San Antonio no representa a Ibiza.

Si bien Zoo Project es un club frecuentado por jóvenes ingleses etílicos, suele tener DJ bastante buenos. Las sesiones se celebran en un zoológico abandonado en unas colinas cerca de San Antonio.

Quizá era por el entorno o por el efecto de la testosterona en el ambiente, pero la misma gente que me parecían unos capullos en San Antonio eran geniales en Zoo Project. Ariel (en la foto de arriba) es una de las muchas chicas que había dejado su vida de administrativa en Inglaterra para mudarse a vivir y trabajar como bailarina en Ibiza. Ahora es una especie de sirena de discoteca profesional, un trabajo que solo podría existir en Ibiza.

En Ibiza, los bailarines son algo más que mera decoración: constituyen parte inherente de la cultura club y de la economía de la isla. Con sus movimientos hipersexuales y sus llamativos disfraces, no solo incitan al baile dando ejemplo, sino que también se dedican a atraer clientes por las tardes, invadiendo las playas y proyectando los ideales del club que promueven.

Estos y estas gogós bailan en sesiones como la de Luciano en Amnesia y son un colectivo muy respetado en la isla. Nos llevaron con ellos a las playas para enseñarnos cómo engatusan a los turistas de espaldas enrojecidas para que se gasten un pastizal en una noche de fiesta.

Corinne, originaria de Roma, es la clásica bailarina de Ibiza. Ha estudiado ballet y se mudó a la isla después de haber ido varias veces de vacaciones. Sabía que era uno de los mejores sitios en los que poder hacer lo que le gustaba y en un entorno increíble. Además de bailar, también trabaja para una empresa de yates. Curiosamente, asegura haber encontrado cierta madurez y paz en una isla cuyo estilo de vida es, por definición, puro caos.

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Durante mi estancia en Ibiza, me di cuenta de que no solo es un sitio en el que pulirte el dinero, sino que se ha convertido en una especie de tierra de las oportunidades en medio de un continente en plena decadencia, un lugar en el que los jóvenes con iniciativa pueden ganar mucho dinero. Como Las uvas de la ira con bikinis, por poner un ejemplo.

Jamie Brennan, alias Kryoman, quizá sea la persona con el estilo de vida más poco habitual de toda la isla: pasó de ser repartidor de pizzas en Domino's a convertirse en una superestrella robótica en el club EDM.

Durante los últimos años, la marca Kryoman ha resultado ser un gran negocio: Jamie hace una gira por todos los clubes de Ibiza y más allá haciendo su espectáculo de baile pirotécnico, haciendo que más de uno se pregunte si es cosa de las pastillas que han comprado en la puerta de la disco o realmente están viendo a un cíborg de 3 metros bailando al ritmo de un tema de David Guetta.

Quedamos con él en el garaje de su casa, en una zona tranquila de la isla, mientras se preparaba para una actuación en Music Is Revolution at Space.

Pero el británico más popular en las noches de Ibiza es, sin duda, el de la foto de arriba, Carl Cox, el chico de Carshalton que llegó a Ibiza hace 30 años y ha ido dejando su impronta desde entonces. Cox es más que un DJ. Es toda una atracción para Ibiza, como Disneyworld lo es para Florida, y durante todos estos años ha logrado mantener intacta su reputación como el "hombre más majo del techno".

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Alfredo Fiorito, el hombre que inventó Ibiza

Pero si Carl Cox es el rey de Ibiza, Alfredo es Dios. Conseguimos conocerle el último día de nuestra estancia. No me avergüenza reconocer que Alfredo es mi héroe personal. Sus remixes piratas me han levantado el ánimo en más de una ocasión.

Alfredo sigue pinchando en los principales clubes de Ibiza y ha sido testigo de toda la evolución de la isla, no solo como DJ, sino como residente, como alguien que ama Ibiza con la misma intensidad que hace 35 años. Sus relatos sobre cómo ha vivido todos esos cambios, el pasado, el futuro, la naturaleza de la música electrónica y las similitudes entre la juventud actual y la época de su juventud fueron realmente inspiradores y toda una lección de sensatez.

Pero lo que da sentido y coherencia a todos estos elementos es el lugar en sí mismo. La cultura club, la música, la droga y el dinero seguirán cambiando con los años, pero Ibiza seguirá siendo uno de los lugares más bonitos de Europa o de todo el mundo. Son esos cielos nocturnos inmensos, las puestas de sol, las playas rocosas y sus aguas tranquilas y azules que parecen desbordarse por el fin del mundo como gigantescas piscinas panorámicas las que mantienen todo unido.

Llega octubre y las sesiones de Ibiza tocan a su fin. Se acercan las fiestas de cierre y Ariel, Corinne, Jamie y miles de residentes de temporada volverán a sus vidas en el mundo real, pero este verano, como todos los que han pasado en Ibiza, permanecerá en su memoria como un capítulo extraño de su existencia, como yo recordaré la semana que pasé allí.

Mi paso por Ibiza ha cambiado por completo mis expectativas de la cultura del clubbing. En Ibiza se conjugan la resistencia, el entorno, la diversión, en un cóctel que resulta difícil de olvidar o de emular.

Ibiza, casi acabas conmigo, pero te aseguro que un día de estos volveré.

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