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Así es crecer en

​Así es crecer en… Sevilla

En Sevilla te pasas la vida intentando posicionarte sobre si eres feriante o si odias la feria, si te gusta la Semana Santa o eres una hater total de los Cristos. Menos mal que luego te haces mayor.

Como muchos niños desgraciados de Sevilla, pasé mis primeros años de vida y, lo que es peor, de adolescencia, en un pueblo del Aljarafe sevillano. Estos pueblos se caracterizan porque están a diez minutos en autobús de la capital, pero parecen estar a años luz de la civilización moderna. Mis primeros años de colegio en este pueblo fueron bastante duros porque, primero, odiaba el colegio y segundo, mis padres habían decidido vestirme y peinarme como si me gustara el punk. No sé si va a ser muy fiable el testimonio de una persona que ya en primaria era un poco inadaptada y que intentaba fugarse en el recreo para que no se metieran con sus botas. Por si sirve de algo, diré que, durante unas semanas, fui a clases extraescolares de sevillanas. En este pueblo, que podría ser cualquier pueblo de Sevilla, tiran cohetes casi a diario por motivos que casi nunca averiguas, hacen 'velás' en julio donde una vez actuó El Mani y hay dos hermandades con más rivalidad que un derbi. Mis padres no tardaron en darse cuenta de que mi futuro no tenía buena pinta a pesar de mis 'notables' y, cuando llegué a la E.S.O, empecé a ir a un instituto de Triana donde repetí curso por primera vez y por segunda. Triana te sonará de 'en Triana hay mucho arte', por La Esperanza de Triana y por el meneo característico que los costaleros le hacen al paso de San Gonzalo cuando dobla las esquinas, pero a mi me marcó más por el CD de los Deftones que me grabó Mi Primera Amiga Del Instituto. Para de donde yo venía, Triana era Barcelona. Era la época del No A La Guerra y de empezar a hacer 'botellona'. Lo que determina la forma de ser de todo sevillano de mi generación, no es si nació siendo del Betis o del Sevilla, de la Macarena o de la Esperanza de Triana, es el primer sitio donde hizo botellón. Yo vengo de la escuela de La Placita de San Pedro, donde pasé mi adolescencia comprando 'lotes' de tinto y patatas Hispalanas en el quiosco de Amalia, que murió hace poco y la noticia fue compartida en los muros de Facebook de todos mis conocidos provocando más dolor a la cultura del botellón que la ley seca.

San Pedro fue para muchos la cuna de nuestras relaciones actuales y nos pasábamos la noche saludando a conocidos, haciéndonos personas y conociendo nuevas tribus urbanas. Era la época de decir 'alternativo'. Allí crecimos con la ilusión de pensar que Sevilla era famosa por su rap y por los 'serranitos' del Trini en vez de por sus vírgenes. Luego lo del rap resultó que no era así y, aunque aquí sabemos que te puedes encontrar a cualquier indie en un concierto de Tote King, cuando sales fuera, quieren que les hables de flamenco. Era la era pre-redes sociales y pre-muchas cosas, así que los amigos se hacían en la puerta del Sevilla Rock -una tienda de discos donde ibas sin dinero a pasarte horas mirando antes de que la Fnac lo pusiera de moda- o en el canal del IRC #SevillaMetallika. Un día a San Pedro le cambiaron el albero por cemento, abrieron un parque infantil y todos emigramos a la Alameda, donde empezó una relación amor-odio con el Fun Club, nuestro local de mierda favorito durante años. Allí dentro había garrafón, peleas a veces y pogos cuando sonaba Rage Against The Machine. Era la época de gritar 'que me chupes la polla' en el Killing In The Name. Por mucho que lo expliques fuera, hay que estar aquí para saber que puedes tener rastas y vestirte de flamenca, y salir de nazareno aunque te guste el punk. En abril trasladábamos el botellón a la Feria, frente a la Pcera, la caseta del Partido Comunista, donde casi habíamos conseguido que no se acercaran los 'canis' y que no pareciera la feria. Porque también tienes derecho a ir a la feria aunque no te guste la feria. A la Semana Santa no le cogí manía hasta que no viví en el centro. Cuando tenía siete años quise salir de nazareno. Conseguí hacerlo por enchufe porque no había hecho la comunión y mis padres eran ateos y odiaban a los nazarenos pero a mí me querían mucho y me compraron el capirote. Un año ya no salí más porque me dieron un flyer de un Campamento Comunista de Semana Santa en Marinaleda y me fui con las amigas como la que se va a Benidorm. En Sevilla te pasas la vida intentando posicionarte sobre si eres feriante o si odias la feria, si te gusta la Semana Santa o eres una hater total de los Cristos. Menos mal que luego te haces mayor y con las procesiones y la feria te acaba pasando como con el McDonald's, que claro que sabes que es una mierda, pero porque alguna noche caiga alguna hamburguesa, no vas a molar menos ni nada. No sé si esto se entiende fuera.