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La ola de inmolación

Los búlgaros se están prendiendo fuego a sí mismos en cifras récord.

Donka y Georgi Kostov en la unidad de quemados del Hospital St. George en Plovdiv, dos semanas después del intento de suicidio de Georgi.

No todos los días conoces alguien que se prendió fuego así mismo. Quizá porque es como lo más terrible y descabellado que puedas imaginarte. Quizá porque que la mayoría de las personas que lo hacen mueren poco después. Sorprendentemente, no son siempre las quemaduras que las matan. A menudo, las llamas entran por los pulmones de quien se inmola, a través de su boca, provocando asfixia.

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En un reciente viaje a Bulgaria, conocí no sólo una sino a dos personas que sobrevivieron a intentos de suicidio por fuego. “Resolver problemas con gasolina se ha convertido en una nueva tendencia”, me dijo Georgi Kostov en la unidad de quemados del hospital St. George, en Plovdiv, la segunda ciudad más grande de Bulgaria. Él aún estaba en shock, así que su esposa, Donka, llevó la mayor parte de la conversación.

Georgi no es el único. En los últimos seis meses, Bulgaria ha enfrentado una ola de autoinmolaciones. Solamente entre febrero y marzo, seis búlgaros se suicidaron con fuego, y por lo menos diez personas lo han hecho en los últimos seis meses. (Eso es más que cualquier otro país excepto China, donde los monjes budistas tibetanos se inmolan para protestar por la persecución religiosa de la que son víctimas).

Un altar a Plamen Goranov, afuera del Ayuntamiento en Varna, lugar donde el artista se prendió fuego el 20 de febrero 2013.

Algunos dicen que la inspiración de todo fue un fotógrafo de 36 años llamado Plamen Goranov, quien se prendió fuego el 20 de febrero enfrente del ayuntamiento en Varna, una ciudad turística en la costa del Mar Negro. Según periodistas, el comercio de Varna está controlado por un grupo empresarial llamado TIM, el cual es acusado por el ex embajador de Estados Unidos en Bulgaria, James Pardew, de crimen organizado, prostitución y extorsión, según un cable diplomático publicado por WikiLeaks en 2005. Según Pardew, TIM fue la “estrella del crimen organizado emergente de Bulgaria”. Plamen se prendió fuego para protestar por la supuesta relación de TIM con el alcalde de Varna, Kiril Kiro Yordanov.

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Antes de inmolarse a lo bonzo, sostuvo un letrero en el que exigía “la renuncia de Kiro y todo el ayuntamiento para las 5PM”.

Doce días después de la muerte de Plamen, se cumplió su deseo: se llevaron a cabo homenajes y vigilias en su honor en las principales ciudades, y bajo la presión de su propio partido, Yordanov renunció. Impulsadas por su éxito, estallaron protestas en contra de la corrupción en todo el país; hacia finales de febrero éstas crecieron tanto que forzaron al primer ministro —un supuesto ex contrabandista de anfetamina llamado Boiko Borisov— a dimitir.

Cuando su suplemente, un socialista llamado Plamen Oresharski nominó a un muy odiado y supuestamente corrupto magnate de los medios de comunicación llamado Delyan Peevski, con el fin de que dirigiera la Agencia Estatal para la Seguridad Nacional de Bulgaria, los manifestantes también forzaron a Peevski a renunciar.

Un manifestante durante una de las marchas en Sofía, exigiendo la renuncia del primer ministro Plamen Oresharski.

Durante mi visita a Sofía, la capital de Bulgaria, en junio pasado, vi que cada noche miles de personas marchaban por las calles. A esas alturas, los manifestantes habían incrementado sus demandas, exigiendo la renuncia del primer ministro Oresharski. En reconocimiento al hombre cuya inmolación en 1960 catalizó la caída del régimen soviético en Checoslovaquia, la gente empezó a ver a Plamen como el “Jan Palach de Bulgaria”.

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Aún está por verse si los pasados seis meses marcaron el nacimiento de la Primavera Búlgara, o si sólo han sido una desastrosa demostración de nihilismo y desesperación. En cualquier caso, una cosa está clara: las autoinmolaciones continúan intermitentemente, y son uno de los legados más vergonzosos en el intento por crear un país menos corrupto y más democrático. “La única manera para que alguien nos escuche o ponga atención”, me dijo Dimitar Dimitrov, otro autoinmolador sobreviviente, mientras estaba convaleciente en una pequeña cabaña en una región rural de Silistra, “es prendernos fuego”.

En un país donde la gente aún lucha por comprender la democracia después de un régimen comunista de 50 años, y donde la pertenencia a la Unión Europea, que el país obtuvo en 2007, no ha disminuído el nivel de pobreza ni la transparencia del gobierno, la autoinmolación perdura como una de las pocas formas de crítica en Bulgaria. “Nos estamos matando porque no hay otra manera más significativa de participar en el sistema político”, me dijo Dimitar. “Pero me sucedió algo extraño, yo sobreviví. Y sobreviví para poder contar mi historia”.

Después de despertar de un coma en el hospital en Sofía, Dimitar Dimitrov se tomó una foto a sí mismo con su celular. “Se me cayó como cinco veces en mi intento de tomar una buena foto”, dijo, y añadió “parecía Quasimodo”.

VICE: Describe qué te sucedió el 13 de marzo, el día que decidiste prenderte fuego.
Dimitar Dimitrov: Ese día comenzó hace 23 años [desde el colapso del gobierno comunista en 1989]. Nuestro gobierno —primero los comunistas y luego los políticos “democráticos”— siempre ha estado conectado a los oligarcas, al mundo de la delincuencia, a las personas incompetentes. Bajo el régimen comunista, me tenía que despertar a las 5am y hacer fila para comprar leche y pan para mi hija. Bajo ese gobierno, fui soldador hasta que mi taller quebró. El trabajo que alimentaba a mi familia se terminó. Era imposible pagar la luz. Bajo el comunismo teníamos dinero, pero no había nada que comprar. Ahora, hay muchas cosas para comprar pero nada de dinero. Siempre ha sido una recesión, y finalmente nos cansamos de eso.

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Dimitar Dimitroc en la cabaña de su esposa en un pueblo rural de Silistra, cuatro meses después de su autoinmolación.

¿Cuál fue la gota que derramó el vaso?
Yo decidí hacerlo un día antes. El primer ministro [Boiko Borisov] había renunciado y las nuevas elecciones fueron anunciadas, y yo ya estaba harto de todo eso. Entonces decidí matarme enfrente de la sede presidencial. Desperté temprano, tomé café con mi esposa. Y me decidí, pero no le dije nada. Fui muy discreto. Después de eso fui a la tienda por una cerveza. Me la tomé con mis vecinos. Fui a la gasolinera, saqué gasolina y la eché en una botella vacía de vodka. Me subí al tren hacia el centro, y cuando llegué ahí, caminé por ahí un rato. Eran como las 10am, y caminé hasta hasta la 1:30pm. Durante ese tiempo, tomé otra cerveza en un bar. Tengo una hija, y pensé mucho en ella. No es que viva mal, pero yo quería que ella tuviera la misma vida que las niñas de Estados Unidos. Pensé que valía la pena que ella no tuviera padre si esto le permitiría aspirar a una mejor vida. Uno no puede vivir en una constante recesión. Eventualmente, fui y me paré afuera del edificio del presidente. Tomé mi botella de gasolina y la rocié sobre mi pecho y cabeza. Prendí un encendedor. Yo había trabajado con fuego toda mi vida (como soldador), pero esta vez era una gran bola de llamas y me dio miedo. Grité por el dolor. Me sorprendió el hecho de que me dolió al instante. ¿Te has quemado con una gota de aceite de una sartén? Fue como estarte friendo en una cacerola. Mi cabeza, cara, hombros, manos, todo. Después escuché a la gente gritar: “¡Este hombre se está quemando!” Fueron los guardias de seguridad, y ellos inmediatamente corrieron hacia mí con extintores e intentaron apagarme. A esas alturas, ya habían ocurrido muchos suicidios, ellos estaban listos. Tenían miedo de que alguien cometiera lo que hice. Entonces me apagaron. En cierto punto, perdí conocimiento y desperté en un hospital. Sobreviví porque los guardias fueron rápidos y porque el hospital estaba cerca, pero no recuerdo, estuve en coma por una semana. Cuando desperté, me veía terrible. Me tomé una foto con mi celular. Se me cayó como cinco veces en mi intento de tomar una buena foto. No tenía piel. Se podían ver los huesos de mis brazos, no tenía labios. Me veía grotesco, como Quasimodo. Cuando vi la foto, pensé que tendría que irme a vivir a un pueblo remoto yo solo. Parecía vampiro. No pensé que pudiera mejorar. Pero en el Hospital Pirogov, cuando me estaba recuperando después de varias cirugías, el ministro de salud venía a visitarme a diario. Las enfermeras me dijeron que estaba bajo supervisión del presidente. Eso significaba que había sobrevivido. Aunque tuvieran que trasladarme a Nueva York para salvarme, ellos lo harían. Tenía que vivir, porque si una persona se muere enfrente de la sede presidencial es una mala noticia. No tenía el derecho de morir. Entonces sobreviví.

Después, el gobierno cerró mi página en internet, borró mis perfiles de redes sociales, Facebook, todo. Fui descrito como “peligroso”, y tenían miedo de que incitara otros.

Para conocer más de la ola de autoinmolación en este país, ve nuestro documental Los hombres en llamas de Bulgaria, este mes en VICE.com.