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Cultură

Una breve historia de experimentos científicos con gatos

¿Dónde esta la línea divisora entre la búsqueda de conocimiento y la obligación ética de no lastimar a un ser vivo?

Foto por el usuario de Flickr Rob Knight.

Hace un par de semanas, el laboratorio que experimentaba con animales en la Universidad de Wisconsin-Madison (UWM, por sus siglas en inglés) cerró sus puertas tras una agresiva campaña de dos años organizada por PETA contra el uso de gatos en sus experimentos. PETA acusó al laboratorio de haber sometido a una gatita atigrada llamada Double Trouble a múltiples cirugías de orejas, cráneo y cerebro en las cuales inmovilizaron su cabeza con un soporte de acero inoxidable y ensordecieron sus orejas por medio de una inyección. Según PETA, Double Trouble despertó en medio de una cirugía y "vio que los científicos abrían su cráneo, lo cual debió ser una experiencia dolorosa y aterradora". Después metieron a la gata a una bolsa de nylon para una investigación de localización del sonido. La organización también acusó a la universidad de haber privado de comida al animal y de haberla dormido y decapitado tres meses después de la primera cirugía, ya que no había forma de curar la infección de su herida en la cabeza.

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Pese a estas acusaciones, según las investigaciones del Departamento de Agricultura de EU (USDA, por sus siglas en inglés) y del grupo Instituciones Nacionales de Salud, el laboratorio no estaba violando ninguno de los estándares éticos o higiénicos, y que, a pesar de que el USDA impuso una multa de 35 mil dólares a la UWN el año pasado, las infracciones no eran por las heridas o la muerte de los animales, sino por fallas en el papeleo necesario al momento de reportarlas. Aunque PETA se llevó todo el crédito por la clausura del laboratorio, la UWM publicó una declaración donde anunciaba que la clausura de su laboratorio era debido a la jubilación de su jefe de investigaciones, quien cumplió 70 años de edad, y señaló que "el trabajo en el laboratorio era sumamente importante en el ámbito científico y había hecho descubrimientos importantes sobre la manera en que el cerebro localiza el sonido, que sirven para cosas como la audición y los implantes cocleares".

La lucha entre los defensores de los derechos de los animales y la comunidad científica continúa en la actualidad, en especial cuando se trata de felinos. Aunque todos los animales (como perros, jerbos y monos embarazados) con los que experimentaba el laboratorio de la UWM murieron, los experimentos relacionados con gatos son más controversiales porque la mayoría de nosotros vemos a los gatos como más que sólo animales. Sin embargo, desde el punto de vista científico, los gatos son muy útiles en los experimentos. Desde que el afamado psicólogo Edward Thorndike realizó experimentos con gatos a finales del siglo 19, los científicos descubrieron que en áreas como la neurología, la oftalmología y la inmunodeficiencia, el cerebro de los gatos es el que más se aproxima al cerebro humano.

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Según Nicholas Dodman, un científico que se dedica a estudiar felinos, "los gatos tienen lóbulos frontales, temporales, occipitales y parietales en su corteza cerebral, como nosotros. Y esas partes del cerebro están compuestas de materia gris y blanca, igual que en los humanos. Todas las regiones de su cerebro están conectadas igual que en los humanos y utilizan neurotransmisores idénticos para mandar información". Incluso al orinar se iluminan las mismas partes tanto del celebro humano como del cerebro felino. El punto es que el cerebro de los gatos es muy útil porque es casi una versión pequeña del cerebro humano.

Lo cerebros de los primates también se parecen a los nuestros pero la experimentación en gorilas, orangutanes, chimpancés y bonobos enfrenta muchas limitaciones gracias a que cada vez hay más países que defienden a estos animales. Por el contrario, los gatos no cuentan con esta clase de protección y son demasiado fáciles de encontrar. Según la Sociedad Estadunidense para la Prevención de la Crueldad contra los Animales (ASPCA, por sus siglas en inglés), los refugios para animales recogen cerca de 3.4 millones de gatos callejeros cada año en EU, de los cuales 1.4 millones son sacrificados. Algunos refugios exigen que se les permita vender a los animales para usar en los laboratorios. Sin embargo, hoy en día la mayoría de los gatos de laboratorio vienen de criaderos avalados por el Departamento de Agricultura de EU. La razón principal es que estos animales son más dóciles y no tienen enfermedades (aunque hay personas que se dedican a secuestrar mascotas y atrapar gatos callejeros para venderlos a los laboratorios).

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Claude Bernard, fisiólogo del siglo 19 y padre de la experimentación con animales, utilizó gatos callejeros a lo largo de toda su carrera. Solía abrir sus entrañas para ver cuál era la función del páncreas en la digestión y qué hacía el hígado para procesar el azúcar. "El fisiólogo no escucha los alaridos de dolor del animal. No ve la sangre fluir. No ve nada más que sus ideas y los organismos que esconden los secretos que intenta descubrir", escribió Claude Bernard en referencia a sus vivisecciones.

En 1988, la Asociación Médica Estadounidense (AMA, por sus siglas en inglés) publicó una carta en defensa de la experimentación con animales donde sostenía que "Prácticamente todos los avances de la ciencia médica en el siglo 20, desde los antibióticos y las vacunas hasta los antidepresivos y los trasplantes de órganos, fueron directa o indirectamente gracias al uso de animales en experimentos científicos". Sin embargo, la historia de experimentación con gatos es violenta y desagradable.

A finales de la década de los cincuenta y los sesenta, el profesor de la Universidad de Yale José Delgado implantó un chip receptor del tamaño de una moneda de 50 centavos llamado "Stimoceiver" en el cerebro de un gato para controlarlo a distancia. Los impulsos para detonar reacciones físicas y emocionales se mandaban por medio de un radiotransmisor FM. También implantó estos dispositivos en monos y toros. Uno de los momentos más memorables fue cuando el profesor detuvo al toro cuando estaba a punto de embestirlo usando las señales del radiotransmisor. Más tarde, Delgado implantó chips en pacientes humanos y descubrió que podía hacer que se movieran de forma involuntaria así como controlar sus emociones igual que con los toros y los gatos. Una vez, una paciente rompió su guitarra a media canción tras recibir el estímulo.

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En esa misma época, el gobierno financió experimentos que consistían en darle LSD a los gatos. Al igual que los humanos, los gatos perdían los estribos después de recibir el ácido. Un video grabado en esa época muestra a un gato teniendo un ataque de rigidez muscular. En otro video se puede ver a un gato aterrado al ver un par de ratones dentro de su jaula a pesar de haber matado a uno antes de recibir su dosis. No está claro si los científicos en realidad obtuvieron información útil con estos experimentos.

Dos años después del experimento con LSD en gatos, en 1958, dos científicos célebres llamados David H. Hubel y Torsten Wiesel implantaron un microelectrodo en el ojo de un gato, lo ataron a un asiento de cine como a Alex en La naranja mecánica y lo obligaron a ver una serie de imágenes. Este experimento sirvió para descifrar cómo el cerebro es capaz de desarrollar imágenes visuales complejas partiendo de un estimulo visual simple y fue una pieza clave para la teoría del procesamiento de visión jerárquica. También sirvió para desarrollar un algoritmo computacional llamado SIFT que se utiliza con frecuencia para el reconocimiento de objetos y registro de imagen. En 1981, el dúo científico ganó un Premio Nobel por su contribución a la neuropsicología visual tras realizar un experimento en el que cosieron el ojo de un gatito recién nacido para que permaneciera cerrado durante seis meses y así poder estudiar el efecto de la visión unilateral en la corteza visual primaria del cerebro. También descubrieron que el gato nunca logro recuperar su procesamiento visual aún después de volver a abrir su ojo.

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En la década de los ochenta, el neurobiólogo Colin Blakemore condujo un estudio similar en el que mantuvo en la oscuridad a un grupo de gatos recién nacidos para privarlos de estímulos visuales. De vez en cuando los metía a un contenedor con papel tapiz rayado y les colocaba un collar especial para que no pudieran ver su propio cuerpo. Después de vivir por meses en estas condiciones, el científico los situó en un ambiente normal para examinar cómo se desarrolla la corteza visual. Al principio, los gatos no reaccionaban cuando chocaban con un objeto ni colocaban sus patitas sobre las superficies hacia donde los acercaban, lo que significaba que la función motora no estaba conectada a los estímulos visuales. No obstante, poco después presentaron reacciones normales a pesar de que los gatos nunca desarrollaron esta parte del cerebro. Blakemore también repitió el experimento inventado por Hubel y Wiesel, lo que resultó en la creación de un tratamiento eficaz para niños con ambliopía y herramientas para combatir la ceguera infantil.

La experimentación con gatos también ha servido para entender mejor algunas enfermedades. Los gatos también tienen su equivalente de leucemia y VIH: el virus de la leucemia felina y el virus de inmunodeficiencia felina. De hecho, el VIF es tan similar al VIH que los científicos de la Universidad de Florida y la Universidad de California, en San Francisco, descubrieron hace poco una proteína en el VIF que detona una reacción inmunológica en los humanos con VIH a pesar de que ni los gatos ni los humanos pueden contagiarse mutuamente sus respectivas enfermedades. Este descubrimiento podría ser de gran ayuda para encontrar una vacuna contra el VIH. Además, para este descubrimiento revolucionario no fue necesario hacer sufrir a los gatitos.

La preguntas que resultan de todo esto son las siguientes: ¿Es aceptable en términos éticos y científicos aprovecharse de la poca protección con la que cuentan los gatos —en comparación con los humanos o los monos— en la búsqueda del conocimiento? ¿Los científicos estarían dispuestos a coser el ojo de un niño para poder reducir el número ciegos? ¿Dónde esta la línea divisora entre la búsqueda de conocimiento y la obligación ética de no lastimar a un ser vivo? Cada persona tiene su propia respuesta; lo que para unos es aceptable, para otros (como los defensores de los derechos de los animales) podría sonar como una atrocidad. Por el momento, todo parece indicar que seguiremos experimentando con gatos.

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