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Platicamos con un ex policía antidrogas

Neil pasó 14 años como policía encubierto y ahora cree que las leyes antidrogas no sirven.

Neil Woods, que antes trabajaba como policía antidrogas encubierto, usando una playera que dice: “La gente buena usa drogas”. Foto por Ian Lloyd.

En el verano de 1994, Neil Woods (quien nunca había probado las anfetaminas) se encontraba en un bar en un pueblo del Reino Unido. En el bar, Neil se enfrentó al dilema de meterse anfetamina con 40 porciento de pureza o negarse y provocar que un mafios de mala fama, que se metían más de 21 mil pesos a la semana de cocína y crack, le rompieran la cara.

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Lo que no sabía este mafioso (cuyo negocio ilegal consistía en robar las tapas de gasolina que se cierran con llave de los autos y hacer un duplicado de las llaves para después robarse el mismo auto) era que Neil trabajaba como policía encubierto. Neil intentaba comprar uno de los autos robados, y a través de estas reuniones en el bar había entablado algo parecido a una relación con él. Sin embargo, cometió un error al llamarse a sí mismo un “conocedor de anfetaminas”.

“Después de cuatro semanas de conocerlo, preparó una bolsa para mí”, me dice Neil desde su hogar en Herefordshire. “Me dijo: ‘Te la regalo. ¡Apuesto a que nunca has probado algo tan bueno como esto!’ Claro que no. Nunca antes había probado estas drogas. Antes de que me regalara la bolsa, vi como ordenó que sacaran a alguien a patadas del bar por una deuda de apenas 200 pesos. Así que pensé: Tengo que hacerlo”.

Neil puso una pequeña cantidad en la punta de su lengua pero no bastó para complacer al mafioso. “Dudé mucho, y entonces me dijo: ‘¡Tienes que probar más!’. Él pensaba que yo tenía tolerancia, así que me dio un poco más. Cuando la droga tocaba mi boca, me ardía. Me cobró y luego me fui a casa, pero no pude dormir en tres noches. Fue horrible. Analizamos el material en el laboratorio y descubrimos que tenía 40 porciento de pureza. Lo que suelen vender en las calles es de apenas 5 por ciento”.

Para Neil, esto no era nada nuevo. Neil trabajó como policía antidrogas encubierto por 14 años, desde 1993 hasta 2007. Él calcula que las sentencias de todos los criminales que puso tras las rejas durante ese tiempo suman en total 1,000 años. Aunque está seguro de que todo ese tiempo de cárcel no ayuda en nada a detener la circulación de drogas como la heroína en las calles de Inglaterra.

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“Todo lo que hice mientras era policía encubierto fue una pérdida de tiempo”, dice Neil. “Sólo hice que las vidas de las personas vulnerables fueran aún más miserables”.

Aunque renunció a la policía en noviembre de 2012 debido a los problemas domésticos que vivía con su ex esposa, en realidad se sentía cada vez más desilusionado por las regulaciones de las leyes antidrogas y por las tácticas de operaciones encubiertas que había tanto presenciado como utilizado.

Neil creció en Derbyshire, dejó su formación empresarial en la Universidad de Salford cuando tenía 19 años y se unió a la policía de Derbyshire porque quería hacer algo “más intrépido” en su vida. “Quería irme de mochilazo a recorrer toda Europa pero vi un anuncio en un periódico local donde decía que la policía estaba reclutando, así que decidí echar un volado”, me cuenta Neil. “Cayó cara, así que me uní a la policía”.

Trabajó cuatro años en vigilancia general y después se estableció en el Departamento Antidrogas.

En la década de los 90, las operaciones antidrogas encubiertas no tenían muchas regulaciones y cuando unos compañeros le sugirieron trabajar ahí, decidió que iba a intentarlo. “Me di cuenta muy pronto de que era bueno en lo que hacía”, dice. “Creo que es una cuestión de adrenalina. Todos tenemos una reacción distinta cuando sentimos adrenalina, pero no importa qué tan nervioso estuviera antes de hacer algo, tan pronto fijaba mi mente en lo que tenía que hacer, todo se aclaraba en mi cabeza”.

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Las brigadas antidrogas compartían información. Muy pronto, Neil tenía ofertas para trabajar en todo el país y se le asignaban trabajos que duraban meses. Debido a la falta de regulaciones, los primeros trabajos que realizó eran peligrosos. Tenía que fingir ser un adicto (usualmente al crack o a la heroína) e infiltrarse poco a poco en el negocio de las drogas de cualquier zona que le asignaran.

Neil nos cuenta una historia de sus primeras misiones en un fraccionamiento en Normanton, un suburbio para personas de bajo ingreso en la ciudad de Derby: “Me enviaron para tocar la puerta y hablar con los vendedores de crack”, dice. “Me puse a platicar con ellos y terminé en una casa de apuestas. Es gracioso porque nunca antes había estado en una casa de apuestas. Todos los dealers se juntaban ahí. Logré conocerlos y comprar su mercancía”.

“En realidad, la brigada antidrogas me vigilaba todo el tiempo. Salí del lugar donde creían que estaba y me fui caminando, después regresé con ellos y se veían muy preocupados. Hasta estaban sudando. Resulta que la persona que me vendió la mercancía ya había estado en la cárcel dos veces por el cargo de daños físicos graves, es decir, por apuñalar personas”.

En 1996, la policía estableció un entrenamiento formal para las misiones antidrogas encubiertas, pero para ese entonces Neil ya tenía tres años de experiencia y terminó enseñando una parte del curso mientras estudiaba el mismo. “En el entrenamiento te explican que no estás actuando”, dice Neil. “Sólo eres una versión distinta de ti mismo”.

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Sin embargo, a pesar del entrenamiento exhaustivo, su vida se veía amenazada constantemente por el comportamiento imprevisible de los dealers con los que trataba.

En 1997, conoció a un dealer en Fenton, Staffordshire. Le compró 8 gramos de heroína y luego regresó por más. “Toqué a su puerta otra vez y dije: ‘Oye, amigo, ¿tienes un poco más?’. El dealer respondió: ‘No tengo esa cantidad’. Entonces sacó una espada samurái, la puso en mi garganta y dijo: ‘¡Seguro eres policía!’”.

Neil de encubierto comprando crack a un dealer local en Normanton en 1995. Foto cortesía de Neil Woods.

Después, la novia del dealer se asomó por la puesta y dijo: “¡Puta madre! ¡Creí que iba a decir que sí!”. El sujeto alejó la espada de la garganta de Neil y tanto él como su novia se rieron a carcajadas. Luego le preguntó a Neil cuánto quería y Neil le pidió cuatro bolsas.

“Se tomó su tiempo, me dio las cuatro bolsas y me alejé. Metí las pequeñas envolturas de aluminio en una cajetilla de cigarros. Cuando alcé la mirada me di cuenta que había un cuchillo frente a mi cara. Un imbécil quería robarme la heroína que acababa de comprar. Pensé: '¡Este no es mi día!'”, dice Neil riéndose. “Esta persona me dijo: ‘Amigo, si me la das, no habrá ningún problema’. Yo le respondí: ‘No, hoy estoy teniendo un mal día’, y me fui corriendo. Aunque parezcas o suenes como un adicto a la heroína, siempre vas a correr más rápido que ellos”.

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Neil fue de ciudad en ciudad durante toda su trayectoria. A veces hacía trabajo encubierto y a veces el trabajo cotidiano de policía. Con frecuencia pasaba sus días fingiendo ser un adicto a la heroína o al crack para pasar la noche en un departamento u hotel de lujo, un contraste que le resultaba incómodo y extraño.

“Pasas todo el día cómodo y nadie te voltea a ver. Te relajas para interpretar ese papel humilde y llegas al punto de la humillación”, dice Neil. “Después tienes que ir a un lugar privilegiado y no te sientes para nada bien. Aparte, todo el mundo te observa. En el centro de la ciudad nadie te presta atención cuando finges ser un adicto al crack. Por eso la gente no se da cuenta lo difícil que es la vida para los adictos al crack en los barrios marginados”.

“Este hombre necesitaba ayuda. Necesitaba que los deales dejaran de explotarlo y, en todo caso, que yo también lo hiciera ”.

Estas experiencias animaron a Neil a aprender todo lo que pudiera sobre las drogas. Asistió a la primera conferencia Europea de Narcóticos Anónimos (NA) en septiembre de 1999. En ese lugar, escuchó un debate en el que se discutía si se debía enviar a los adictos a la NA en vez de enviarlos a la cárcel. En la sección de preguntas y respuestas, Neil preguntó que cuál era el punto de enviar a alguien a rehabilitación si no querían dejar su adicción (pregunta que, en retrospectiva, Neil considera ingenua).

“Toda la sala se quedó en silencio (y vaya que era una gran sala)”, dice Neil. “El silencio era impresionante. Una de las personas en el panel dijo: ‘¿Tú crees que vinimos aquí por una epifanía mágica? A todos nos obligaron a venir’”.

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Esto fue un momento decisivo para Neil. Se dio cuenta de que los adictos de los círculos sociales a los que se había infiltrado no eran delincuentes, sin que eran personas indefensas que necesitaban ayuda de verdad. “Después de eso, cada vez que conviví con adictos a la heroína y al crack en las calles, me daba cuenta de que antes los consideraba menos que humanos y pensaba que sus malas decisiones los habían metido en este mundo". Ahora Neil cree que las tácticas de la policía sólo hacen que los desamparados corran mayores riesgos.

“El arma más poderosa de la organizaciones delictivas es el miedo”, dice Neil. “Mientras más presionados se sientan por la policía, más ejercen el poder del miedo que deja indefensa a la gente”.

En Mansfield, Nottinghamshire, conoció a un mendigo que le presentó a unas personas con tal de que Neil le diera una pequeña parte de sus transacciones. Un año después, Neil se enteró de que habían condenado al mendigo a pasar cinco años en prisión por vender heroína. “Me sentí horrorizado porque él no hacía más que sentarse a mendigar en el mismo lugar del centro de la ciudad”.

“Me contó que el mejor momento de su mes fue cuando una vena que no había podido inyectar por tres años entre sus dedos del pie se había abierto. Ese era el resumen de su vida. Este hombre necesitaba ayuda. Necesitaba que los dealers dejaran de explotarlo y, en todo caso, que yo también lo hiciera”.

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Neil explica que los adictos a la heroína que meten a la cárcel a menudo tienen deudas acumuladas con sus dealers. Si no pagan sus deudas, los mafiosos pueden explotar a sus familias o amigos para que paguen las deudas del adicto. Incluso pueden obligarlos a prostituirse o a vender drogas. Cuando los adictos quedan libres, casi siempre vuelven a cometer delitos porque todavía tienen que liquidar su deuda.

Según Neil, en el país hay aproximadamente 300 mil adictos a la heroína y gran parte de ellos al parecer se van a las ciudades grandes que están junto al mar. “Me pregunto si la gente quiere huir pero es lo más lejos que logra llegar porque se les acaban los lugares”, dice Neil.

A finales de 2005, enviaron a Neil a Brighton, la ciudad que en ese entonces tenía el más alto índice de sobredosis de todo el país. Cuando llegó, se dio cuenta de que las tácticas de las operaciones encubiertas que usaban ahí eran tan anticuadas que los mafiosos ya las conocían. “Los mafiosos habían designado a los indigentes como puntos de contacto”, asegura Neil. “Todos estaban aterrorizados. El miedo entre la comunidad indigente era horrible”.

Neil conoció a dos indigentes. Ellos le contaron que habían asesinado a otros vagabundos que, sin saberlo, habían llevaron a unos policías ecubiertos con los mafiosos. “Cualquiera puede matar a un drogadicto”, explica Neil. “Sólo hay que darles una sobredosis”.

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En ese año ya habían muerto 58 personas por sobredosis. “Es mucho más que cualquier otra ciudad de este tipo, pero a mi equipo sólo le causaba gracia”, afirma Neil. “Los otros adictos estaban seguros de que algunos de estos casos eran asesinatos. No me gustaría especular por qué no se realizó una investigación adecuada, pero el hecho de que los vagabundos estuvieran seguros debería haberle importado a la policía”.

Gracias a un indigente que conoció en Brighton, Neil se convenció de que la gente a la que investigaba, y a menudo metía a la cárcel, necesitaba ayuda. Se trataba de un hombre de negocios británico que hablaba cinco idiomas pero que se perdió en el mundo de las drogas durante los 90 y se volvió un adicto a la heroína.

“Presentía que le esperaba un destino terrible”, afirma Neil. “Simplemente sabía que moriría y que no sobreviviría el invierno. Recibió una oferta de vivienda en Worthing. Sólo tenía que pagar 120 pesos para subirse al tren, presentarse a la entrevista y que le otorgaran ese pequeño apartamento, pero no lo hizo porque usó el dinero para comprar una bolsa de heroína de 400 pesos. A pesar de saber que moriría de una sobredosis o de frío, no pudo reunir esa cantidad para que le otorgaran la vivienda”.

Su misión estaba programada para durar seis meses pero sólo se quedó seis semanas. Neil se cansó de perseguir a los dealers insignificantes en lugar de ir tras los jefes. Se fue de Brighton y se negó a participar otra vez en esas misiones.

Neil dejó de trabajar como policía encubierto en 2007 pero siguió trabajando como policía hasta 2012. Ahora se esfuerza en usar sus experiencias para mejorar el sistema de control antidrogas. Él propuso una regulación completa para “quitarle el control a los delincuentes”.

“No es bueno hacer algo que crees poco ético, causa estragos en ti”, asegura Neil.

“Lo que hice no fue por completo mi culpa. Eres un peón; sigues órdenes y confías en el sistema. Es una organización disciplinada y confías en el juicio de otras personas. Confías en las leyes, pero en lo que concierne a las drogas, las leyes están mal”.

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