El artista argentino que le puso peso al fútbol de barrio
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El número de los que sobran

El artista argentino que le puso peso al fútbol de barrio

Para Martín Gordopelota, la inspiración para sus pinturas se encuentra tanto en Maradona como en Botero.

Este contenido forma parte de la edición de octubre de VICE Colombia, EL NÚMERO DE LOS QUE SOBRAN, y apareció bajo el título original de 'Gordopelota: fútbol de peso'.

"No me van a poder quitar el olor del pasto. Ninguna mujer tiene el perfume de ese aroma”, decía alguna vez, cual poeta apasionado, Diego Armando Maradona. Y es que aquel inconfundible aroma, para muchos de nosotros, forma parte de nuestras vidas. El fútbol, el deporte más popular del mundo, se convierte en la dinámica de lo impensado para una sociedad que escapa a la lógica de lo imprevisto, ya sea color de rosa o grisáceo y pesaroso. En América del Sur, para hablar con más precisión, el fútbol bombea la sangre con una presión distinta. Basta mirar a los barrios, los potreros y el sinnúmero de canchas que abundan en la región para encontrar el mismo presagio y la misma mirada: la que ve a la pelota como el único acto de magia en que se puede creer.

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Así di con Martín Gordopelota, un artista argentino que también decidió creer en la pelota y el fútbol como un medio de escape. Como bien queda reflejado en su seudónimo, la particularidad de Martín es pintar personas gordas en entornos tradicionales del fútbol de barrio: un gordo tratando de coger un balón atascado debajo de un carro, varios gordos estirando alrededor de una mesa llena de botellas de cerveza, o el “chef” gordo del equipo preparando el asado una vez terminado el cotejo futbolero. Sus pinturas, sin importar de dónde sea uno, transportan de inmediato hacia cualquier calle argentina, ese lugar en donde las camisetas de Juan Román Riquelme, el Burrito Ortega y el Kun Agüero se conjugan con los quioscos repletos de alfajores, empanadas, cigarrillos y botellas de cerveza Quilmes.

Martín nació en Villa Crespo, barrio de Buenos Aires, hace treinta y pico de años. Al año de nacido, sus padres se fueron a vivir a una ciudad chica llamada General Pico, ubicada en la provincia de La Pampa. Allí, con apenas cinco años, ya era arquero de un equipo infantil de fútbol, pero rápidamente se dio cuenta de que los entrenamientos tenían casi la misma intensidad que los de adultos. A la mierda. Es ahí cuando decidió pasar a jugar básquetbol, deporte que lo llevó, años más tarde, a formar parte de la selección sub-22 de la Universidad de Buenos Aires, de donde se graduó como diseñador gráfico. Sin haber tomado un lápiz, a sus veintitrés años conoció en una agencia a un amigo que pintaba grafiti y que le dio un entrenamiento práctico, que consistía en hacer bocetos por las paredes de las calles. Al poco tiempo, ya con la destreza del arte urbano adquirida, se preguntó: “¿No será el momento de hacer algo propio?”. Martín miró a su alrededor y se dio cuenta de que la situación más cotidiana, aquella que lo enamoró de pequeño con el simple acto de correr tras un balón, sería la inspiración para cada uno de sus dibujos venideros.

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Pero cómo hablar de sujetos futboleros y, sobre todo, robustos, sin traer a colación a Fernando Botero, el referente máximo de la volumetría exaltada por el arte.. “Si me lo preguntas, no es una influencia muy directa en lo que hago, en el sentido de que cuando comencé a dibujar nunca dije ‘quiero pintar como Botero’. No creo que lo haga, estoy a años luz del maestro”, aclaró Gordopelota. “Recuerdo que cuando era chico, mis viejos tenían en mi casa una especie de reproducción de un cuadro de una familia de Botero, de esas que posaban como si estuvieran sacándose una foto antigua, y como que siempre me llamó la atención. Tenía algo gracioso el hecho de que estuvieran todos con una expresión seria, pintados con una técnica espectacular, siendo casi un cuadro clásico, pero con todos los personajes súper exagerados de lo gordos que eran”.

Aquella reproducción la guardó durante años, incluso se la llevó a su nueva vida en la capital argentina. “Hace poco encontré que de esa muestra —una retrospectiva en el Museo Nacional de Bellas Artes de Buenos Aires—, mis viejos tenían un libro con el catálogo de la exposición. Todavía lo tengo en casa. Cada tanto lo miro y no deja de resultar una especie de faro en algún punto. Me encanta como compone, como pinta, como narra y su fino humor. Pero lo que más me encanta de cada cuadro de Botero, sobre todo los que tienen temáticas más locales, es que no podés pensar en otra cosa que no sea Colombia y lo que representa”, dice. Y es en ese sentido, el de representar de una manera fiel e irreverente la cultura de su gente, donde Gordopelota y Botero entran a la cancha de la mano.

Más allá del barrio y del potrero, el foco de Martín hacia el deporte de la pecosa se da por el tradicional fútbol 5. “Lo que me encanta del juego y por lo que me gusta pintarlo, es que termina siendo la contracara o el lado B del profesionalismo, donde te toca ver jugadores que los entrenan desde niños como máquinas para que generen millones, con familias que los explotan, esperando a que el nené la pegue y logre jugar en algún club para que salve a toda la familia. Se olvidan de la vida real, viviendo solo para comprarse Ferraris y no poder disfrutar su plata porque no pueden salir por la noche, no pueden tomar alcohol, no pueden hacer la vida normal de un pibe de veinte años”, dice. Para Gordopelota, el fútbol es de amigos, y es precisamente ese el que trata de reivindicar con su arte, donde reunir la plata para pagar la cancha, las camisetas rotas, los guayos sucios, el asado y las birras después del partido se convierte en el verdadero espíritu del juego.

A punto de finalizar el intercambio de mensajes de voz, le pregunté si consideraba a Edwin Cardona, nuestro voluminoso ídolo criollo y la reciente incorporación de Boca Juniors, un verdadero gordopelota. Se cagó de risa y pronosticó que el “gordo” la romperá en la tierra de los caños y el choripán.