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Cultură

El asalto a Monsiváis y el chisme nacional

Entonces, ¿cómo fue: en un restuarante o en un taxi?

Foto vía Notimex.

Cenábamos en una cantina de la ciudad de México, después de asistir a una presentación en la Feria del Libro del Zócalo. Pronto la mesa se llenó de comida y empezamos a brindar por el puro gusto de coincidir. La plática, como siempre sucede cuando se juntan gustosos de los libros, giró en torno a asuntos de escritores, lecturas y desde luego chismes literarios. Fue entonces, en medio de todo, que un amigo trajo a la conversación el famoso asalto que supuestamente sufrió (o más bien no sufrió) Carlos Monsiváis.

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Para mi sorpresa, lo contó en otra versión a la que yo conocía. El famoso escritor, según dijo, estaba en un restaurante de la ciudad cuando entraron a asaltar a los clientes del lugar. Los ladrones pasaban de mesa en mesa para pedirles sus pertenencias cuando se toparon con Carlos Monsiváis sentado solo, en un rincón. Lo reconocieron, desde luego. “Maestro, usted no”, le dijeron.

No recuerdo el motivo por el que rescataron la anécdota, pero no importa. Los demás escuchábamos con atención, y cuando concluyó el que hablaba, al menos dos de las cinco personas que ocupábamos la mesa reaccionamos de inmediato. “Qué extraño. Yo me la sabía en otra versión”, replicamos ambos.

Yo me la sabía de otro modo: Iba Carlos Monsiváis en un taxi cuando intentaron asaltarlo. No recuerdo si sólo iba el conductor, o si alguien más se subió de la forma clásica que utilizan los asaltantes en este medio de transporte, pero igual como sucede en la versión del restaurante aquí también lo reconocieron. “Maestro, no lo reconocimos, perdón”. Y lo llevaron a su casa sin cobrarle nada.

En ese instante surgió una pregunta: ¿cuál es la versión real del asalto a Monsiváis? Porque esa anécdota del quien fue el principal cronista de la ciudad de México, ha pasado tanto de boca en boca, que se ha distorsionado demasiado y quizá está cada vez más lejos de la verdad.

Foto de Daniel Hernández.

Investigando me encontré una nueva versión. Se publicó en el periódico El Universal, tres días después de su muerte en 2010. No dicen cuándo sucedieron los hechos, pero lo narran de la siguiente manera: Estaba Carlos Monsiváis en una cafetería de la ciudad de México llamada Carels, que ya no existe, acompañado por un par de amigas suyas: Consuelo Sáizar y Julia de la Fuente. En la mesa había un montón de libros. Fue entonces que al lugar entraron unos ladrones gritando “¡Esto es un asalto!” “¡Nadie se mueva!” Los asaltantes identificaron de inmediato a Monsiváis y a sus acompañantes. Le dijeron entonces: “A usted, maestro, sólo respeto”. A todos los demás asistentes les pidieron sus pertenencias, y cuando acabaron se acercaron a la mesa de Carlos: “¿Estos libros son de usted?” Monsiváis respondió que no, y ellos se fueron ya sin interés.

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Busqué más referencias, revisé notas, y di entonces con una animación llamada El asalto, del 2008. No dicen cuándo sucedieron los hechos tampoco, pero sucede casi lo mismo. Es una tarde de martes o jueves cualquiera, dicen. Todo está normal, hasta que un grupo de hombres armados y con capucha entran al restaurante. “Sí putitos. Cáiganle con todo lo que traigan y no quiero pendejadas, ¿eh?”, se escucha. Uno de los ladrones, el que grita, camina por el lugar y llega a la mesa donde Carlos come. “Señor Monsiváis. No, no, usted no. Bueno, mucho gusto. Hasta luego. Provecho”. Y los asaltantes roban a todos los demás. Sin embargo, nuevamente hay diferencias. Para empezar frente a Monsi se ve a un hombre y no a dos mujeres. Es un señor que sólo comparte con él la mesa. Además sobre la mesa no hay libros. Únicamente trae uno en la mano que lee mientras come, indiferente a lo que pasa, y los asaltantes, según esta versión, no se interesaron por preguntarle si era suyo.

¿Será esta una versión corregida? ¿Cómo, si se grabó antes de cuando se escribió la nota publicada por El Universal?

Continué buscando información sobre el famoso asalto y di con una versión más, completamente diferente. La encontré en el periódico Reforma, publicada el 17 de junio del 2013.  Lo cuenta así: “Una carta de denuncia del escritor publicada el 19 de noviembre de 1997, da luz sobre una leyenda: que a Monsiváis un día lo asaltaron y que los maleantes le dijeron: ‘Perdónenos señor Monsiváis, no lo habíamos reconocido’. El asalto existió, pero no lo reconocieron”. Y además, no fue al parecer en un restaurante. Sucedió de esta manera. Lo transcribo tal cual aparece en la nota: “A las once de la noche al llegar a su casa en un taxi, dos sujetos lo encañonaron y lo llevaron una calle solitaria”. No dice más. ¿Lo reconocieron? ¿Lo robaron? Al parecer a Monsiváis lo intentaron asaltar varias veces y en todas por fortuna lo reconocieron.

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Casi es imposible saber lo que sucedió realmente. Pero en definitiva es preferible dejarlo así. Que la leyenda corra como tenga que hacerlo.

Desde luego hay otros sucesos más importantes y ya legendarios, como el golpe que le asestó Mario Vargas Llosa a Gabriel García Márquez debido a una escena de celos. ¿Qué se sabe sobre lo que pasó? ¿Los celos de Vargas Llosa fueron justificados? Poco importa. Lo que interesa es el hecho, el golpe. El chisme. Que se cuente y que cada quién le aumente y le quite lo quiera. Que si Juan Rulfo tenía mal carácter y una desquiciante manera de beber, que si su esposa algún día le quemó la ropa en una pelea (¿dónde escuché eso?), que si Neruda y Paz tenían casi una enemistad a muerte, lo mismo que Borges y Ernesto Sábato, que si Rosario Castellanos alentaba a jovencitos para que no fueran al taller de Jaime Sabines alegando que éste nada más los iba a emborrachar…

Son infinidad de casos que se mencionan y pasan de voz en voz en las mesas repletas de comida, cerveza, conversaciones e intereses literarios. La lectura entonces, como siempre lo he pensado, se funde en otro matiz: el morbo. ¿Acaso no somos los lectores asiduos una especie de chismosos en potencia, que ocultan su perversión, el gusto de espiar la vida de los otros, con una labor en apariencia intelectual? Pensándolo bien, nos metemos constantemente en la vida de otros, a varios niveles. Leemos historias de otros, libros de otros, criticamos a los otros, hablamos de los otros, los observamos a los otros. Sin ver, desde luego, lo que pasa en nosotros, porque de este lado claro, todo es perfecto.

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Después de reflexionar sobre esto pienso ¿cómo fue que esos hombres reconocieron a Monsiváis, en la versión que haya sido el asalto? ¿Habrán leído sus libros? ¿Habrán desviado sus carreras de literatos por un momento para asaltar en un restaurante, en un taxi o en callejón, a un viejito con gafas? Monsiváis era mediático. Salía constantemente en la televisión, opinaba casi de todo (menos de futbol), y eso impresiona a cualquiera. Esa es la razón de que lo reconocieran.

¿Y entonces? Ni modo de asaltarlo. Para empezar era escritor, ellos lo sabían, y seguro pensaron que estaba aún más jodido que ellos. Además, como escribió sobre esto alguna vez Hugo Gutiérrez Vega: "Asaltar a Carlos Monsiváis en la Ciudad de México equivale al robo de una estatua de prócer del Paseo de la Reforma". Algo que no se atrevería a hacer cualquiera. Porque por más dura que esté la realidad del mexicano, hay cosas que se respetan: la banderita, la virgencita, Monsivaisito y la seleccioncita de futbol… ese tipo de cosas que la televisión nos ha dicho que es nuestra identidad.

Para generar lectores como los de Monsiváis sólo tendría que hacerse una campaña mediática en torno a los escritores y sus vidas. Y no es que no haya campañas de promoción a la lectura, o que no existan cientos de programas de televisión con escritores “opinólogos” que luchan por posicionarse, hasta un día tener el poder salvarse de un asalto en la calle. Pero está difícil. Lo que se necesitaría, tal vez, es una revista de chismes literarios o talk shows de escritores (“¡Que pase el desgraciado!”) o un programa como Escritores, casos de la vida real. De inmediato, seguro, los libros empezarían a leerse.

Mientras tanto, los que leemos sigamos haciéndolo y de ser posible no asaltemos a ningún escritor. O bueno, mejor no asaltemos a nadie y sólo leamos y contemos algunos buenos chismes.