Veréis, así escribe Andrea Abreu en nombre de la narradora de libro, en unas de las páginas que podría ser cualquiera, porque la historia que se cuenta aquí está suspendida en el ambiente: “Cuando se acaba la novela y las nubes nos golpeaban el tope de la frente, a Isora le invadía una tristeza extraña, como lejana, así como un martilleo era su tristeza, como un pecapino perforando la madera piquipiquipiqui y repetía me quiero quitar la vida, me quiero morir. Y lo decía así, como si tuviera cincuenta años y no diez”.La historia sucede en un pueblo del norte de Tenerife, donde las nubes acostumbran a volar bajo y por eso el cielo está casi siempre encapotado. Eso es panza de burro, un fenómeno meteorológico muy concreto, que es también un estado emocional, una paleta afectiva escrita en grises; y son también ellas, dos amigas, las protagonistas de la historia, que son pequeñas pero no tanto, y que además de jugar y dar paseos, se masturban juntas.“Yo quería reflejar ese tipo de amistades en el que una de las dos niñas va siempre detrás de la otra, una es la protagonista de todas las situaciones y la otra siempre la sigue; es ese proceso de la infancia en el que tu construyes la personalidad imitando a la otra”,
“Yo quería reflejar ese tipo de amistades en las que una de las dos niñas va siempre detrás de la otra, una es la protagonista de todas las situaciones y la otra siempre la sigue; es ese proceso de la infancia en el que tú construyes la personalidad imitando a la otra”, me cuenta Andrea. “También quería hablar del despertar sexual de las niñas, que la mayoría lo vivimos acompañadas de otras niñas, pero es un tema que muchas veces se niega por completo”.En Panza de burro también hay espacio para las historias de las abuelas de las niñas, una es abrumadora y la otra ofrece calma, y ambas recorren todo el espectro de experiencias que importan para la trama: la novela habla de ellas tanto como de las protagonistas. Por el contrario, de los hombres –“los maridos” como los llama generalmente la autora– únicamente se habla para remarcar su ausencia.
“Quería centrar la historia en las niñas y en su relación con las abuelas, porque creo que una cosa que caracteriza a mi generación, sobre todo a las personas que vivimos en ambientes rurales”, continúa Abreu sobre la elección natural de que fueran ellas y no ellos los que tuvieran nombres e historias propias. “Nuestros padres y madres se pasaban todo el día trabajando fuera, en el Sur de la isla, y los abuelos estaban ausentes porque o estaban en la huerta, o cuidando a las gallinas, o estaban en el bar jugando a la baraja. Al final con quienes nos relacionamos era con nuestras abuelas, con las amigas, o con las abuelas de las amigas. Es curioso porque a veces siento que tengo más en común con la generación de mis abuelos que con la de mis padres, nosotras también hemos mamado una época de precariedad e incertidumbre”."A veces siento que tengo más en común con la generación de mis abuelos que con la de mis padres, nosotras también hemos mamado una época de precariedad e incertidumbre”
La manera en la que empezó su relación laboral y de amistad también está narrada en ese prólogo: fue hace año y medio, en un taller de escritura en Fuentetaja, del que Sabina Urraca era la profesora y Andrea Abreu una de las alumnas. Allí mismo empezaron también a gestarse los personajes del libro, su lenguaje y sus historias. “Yo de ninguna manera me imaginaba que a Sabina le interesaba lo que estaba escribiendo. En los últimos días de clase fue cuando llegó la propuesta y tomé la decisión de dedicarle el tiempo full y sacarla adelante”, cuenta Andrea."Para mi este libro es como un ahijado muy querido al que le voy regalar todo lo que quiera"
Esta historia de amistad, amor y nacimiento podría contarse así y nada sería falso, de hecho, sería lo más habitual: dejar aquí la sucesión de acontecimientos y pasar a preguntar algo así como qué significa para ti la escritura, Andrea. Pero haciéndolo también estaríamos dejando a un lado el contexto en el que se formó esta historia. Porque mientras se escribe hay que ganar dinero para pagar la comida y un alquiler, y además hay que dejar tiempo para los cuidados de una misma y del resto. Si aquí el contexto es importante es precisamente porque no era el idóneo –ninguna conoció esa cabaña idílica en el bosque donde aislarse y dejar fluir la imaginación–: recalcan que Panza de burro es una novela escrita a pesar de y en contra de la precariedad.“Es importante subrayar desde dónde y de qué manera está escrito un libro”, defiende Abreu, que mientras escribía trabajó en una tienda de lencería y vivía en un piso compartido, “yo estaba haciendo un esfuerzo inmenso, todavía no soy consciente de cómo lo hice real, vivir en Madrid es súper difícil y más viniendo de Canarias donde estamos acostumbrados a no tener un duro y que las cosas sean más baratas. Yo apoyo económico de mis padres tengo muy poco. Muchas veces cuando estaba escribiendo me asaltaban ideas horribles como que estaba perdiendo el tiempo con tonterías o para qué lo hacía si lo que me daba de comer era vender lencería. Deberíamos hablar más sobre este asunto”.“Es importante subrayar desde dónde y de qué manera está escrito un libro”
La utilización literaria del canario es también una toma de posición estética. Panza de burro difícilmente podría entenderse si sus personajes hablaran un castellano estandarizado y artificialmente neutro, que Abreu compara con el proceso de asimilación estética que han sufrido las playas canarias, en un intento de homologarlas al imaginario turístico global. “Han quitado la arena negra y las piedras y han puesto arena blanca para que cuando los guiris vengan se sientan cómodos, y yo digo qué te aporta una playa igual que la que tienes en casa si encima es falsa, por qué no valoras la arena negra si esto es lo que es diferente este lugar, yo no quiero que mi escritura sea un no-lugar, quiero que sea un lugar identificable.”“Yo no quiero que mi escritura sea un no-lugar, quiero que sea un lugar identificable”
La impresionante elaboración lingüística de Panza de burro, su capacidad para recuperar y representar un universo cultural completamente ajeno al imaginario metropolitano peninsular, no debería ocultar la destreza narrativa de Andrea Abreu, la aparente facilidad con la que controla el ritmo de la historia, la cadencia afectiva de las protagonistas. Que el contexto de la novela esté extremadamente localizado, temporal y geográficamente –la playa de San Marcos, la música de Aventura, las visitas al chat de Terra– no significa que estemos frente a un mero volcado de la experiencia de la autora, quien es consciente de hasta qué punto se utiliza el concepto de autoficción para deslegitimar el trabajo de muchas escritoras jóvenes: “parece que cuando hablas de tu vida no hay ningún esfuerzo de narración ahí, cuando en realidad puedes escribir un truño muy grande hablando de tu vida o una cosa hermosísima. La destreza de escritura es una cosa diferente a lo que tu hayas vivido, puedes haber vivido cosas maravillosas y no saber contarlas”.De hecho, quizá la virtud principal de la novela es que todo este trabajo literario pueda llegar a pasar desapercibido, que te pierdas en el verano de la narradora e Isora, en los contratiempos de su amistad, sin atender a la lengua, a los referentes locales, a la excepcionalidad de un paisaje emocional marcado por la panza de burro.*Por deferencia a las entrevistadas y a petición expresa, los implicados han matizado en declaraciones posteriores que la cifra económica que aparecía en la entrevista no era exacta y por tanto se ha eliminado del texto.@Berta_Gomez“La emoción de verse representados es la emoción de existir, porque a veces cuando no te representan parece que no existes"