El COVID 19 aterrizó en Madrid en febrero de 2020. En ese momento el fotoperiodista Juan Zarza tomó su cámara y salió a la calle a registrar. En el silencio casi total de las avenidas pudo escuchar el canto de los pájaros y el zumbido de un letrero eléctrico que normalmente era opacado por el murmullo de las personas. El vacío estaba presente. Las avenidas desiertas. Las plazas desoladas. Sin embargo, notó algo más: la gente que habitualmente pedía limosna en la calle continuaba en su sitio. Y en el nuevo paisaje deshabitado habían dejado de ser invisibles.
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Con el correr de los días Juan observó también que, ante los devastadores efectos de la crisis sanitaria y económica, grupos de ciudadanos habían construido desinteresadamente redes de cuidado. Personas que pertenecen a organizaciones sin fin de lucro, familias y vecinos de barrio solidarios se convirtieron entonces en protagonistas de sus fotos.Así resultó Los cuidados en tiempos de COVID-19, un libro de más de 100 fotografías publicado el mes pasado. La serie fotográfica muestra el abandono hacia un sector de la población que pudo salir adelante gracias a la organización y colaboración de los movimientos sociales de Madrid.VICE: ¿En qué momento saliste con la cámara y decidiste que los movimientos sociales sean los protagonistas de tu historia?Juan Zarza: Llevo dedicándome a la fotografía desde hace 15 o 20 años y desde un principio prioricé los movimientos sociales. Sobre todo desde el 2011, cuando en España surgió el 15M. En este caso, apenas llegó la pandemia mi registro fue basado en un hecho histórico: la Gran Vía vacía. La Castellana desolada. Pero con el correr de los días comencé a ver las consecuencias del virus, a la gente sin techo que, además de estar ya desatendida, estaba en una situación crítica. Ellos vivían de las limosnas, las limosnas no existían porque no les permitían acercarse a los pocos que circulábamos con un permiso de trabajo. Se sentía el miedo. Se respiraba el prejuicio de que como vivían en la calle eran un vector de contagio más que cualquier otro.
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Hice varios amigos de la calle esos días y me contaban que ni los policías ni los militares que estaban circulando tenían ningún tipo de información sobre qué hacer con ellos. Los días pasaban y la gente que se había quedado sin ningún sustento no tenía ningún tipo de asistencia. ¿Podrías contarme alguna de las historias con las que te topaste?Un día visité a unos vecinos que me abrieron sus puertas con el objeto de mostrar su realidad. Se trataba de un grupo de diez personas procedentes de Bangladés que conviven en un piso cercano al mío.Tímidamente voy pidiendo permiso para realizar algunas fotos mientras converso con ellos. Siento que tal vez invado su intimidad porque todas las estancias de la vivienda son usadas como dormitorios y allí estoy yo, con mi cámara, pero a medida que me muevo entre las camas, me sonríen y no percibo que estén incómodos.Inconscientemente, tal vez por la oportuna luz que entra a través de los vidrios de un balcón, me detengo en lo que debería haber sido la sala de estar —ahora convertida también en dormitorio— y algunos se sientan sobre los colchones que hay alrededor de mí. Charlamos un rato y las barreras idiomáticas no impiden que nos entendamos sin mucha dificultad.Casi todos ellos conseguían antes del estado de alarma escasos ingresos mediante la venta ambulante de latas ya que, al no haber obtenido el permiso de residencia, no pueden aspirar a ningún trabajo legal. El negocio de las latas, según me aclaran, no es muy rentable ya que solo los fines de semana se hace algo de dinero. Entre semana, tratan de compensar las bajas ganancias vendiendo en Sol esas características hélices luminosas que lanzan al aire. Sin embargo todo eso se ha acabado de un plumazo. Con la llegada del confinamiento, la venta ambulante ha quedado totalmente paralizada y, con ella, la entrada de dinero a esta casa. Mientras charlo con ellos, me pregunto si estarán pagando un alquiler muy alto ya que en Lavapiés apenas quedan pisos con una renta asequible. No tardan en confirmar que no es barato y no confían en que su casero vaya a bajar el precio durante este duro periodo, así que su única opción es optimizar el espacio al máximo, introduciendo unas tres camas en cada habitación.
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A pesar de los largos tiempos de espera y las dificultades que encuentran para obtener los ansiados papeles, hablan de España en un tono positivo. Lo que más parece dolerles es que la Policía les confisque las latas cuando tratan de venderlas por las calles, pues esto supone para ellos una pérdida difícil de remontar.¿Cómo fue el proceso de publicación de este trabajo y por qué decidiste donar una parte a los movimientos sociales que fotografiaste?Cuando entendí que la unión de las fotografías tenía solidez, me puse en contacto con Oxfam y ellos me financiaron una tirada pequeña del libro. Me pareció una buena idea donar al menos el 50% de los ejemplares impresos a los colectivos que registré. Ellos se han encargado de hacer lo que el Gobierno, en algunas ocasiones, no ha querido hacer o ha demorado en resolver. No soy activista, siempre que he estado involucrado en movimientos sociales ha sido para documentarlo, pero es cierto que la implicación que tengo supera la habitual en un fotoperiodista que cubre temas diversos diariamente. Me pareció bien devolver con algo de mi trabajo. Un años después, ¿cómo es la imagen del COVID-19 en Madrid?Creo que hoy todo se ve más naturalizado. El uso de la mascarilla. El regreso a casa a las 10 de la noche. El cansancio. Esa sería la imagen que representaría la situación actual: el cansancio en la gente.