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Cultură

Absoluto dolor

A lo largo de mi vida he ido acumulando mentalmente un compendio fastuoso de situaciones generadoras de dolor extremo. Son situaciones que considero de dolor extremo, ya sea físico o emocional, lugares a los que tenemos que intentar no acudir, lava que...

A lo largo de mi vida he ido acumulando mentalmente un compendio fastuoso de situaciones generadoras de dolor extremo. Son acciones o narrativas que al pensar en ellas siento una profunda angustia existencial. Son situaciones que considero de dolor extremo, ya sea físico o emocional, lugares a los que tenemos que intentar no acudir, lava que no hay que pisar. Como ser humano iluminado con la noble tarea de comunicar información a través de los medios me veo en el obligado deber de compartir estos datos recolectados con todos vosotros, lectores de VICE, porque creo que sabréis apreciarlos, entenderlos y emitir justos y coherentes juicios de valor.

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Creo que este es el grado máximo de dolor al que ha podido llegar mi cerebro a la hora de generar situaciones jodidas. La idea hace años que pulula por mi cabeza, creo que surgió circa 1992, con los Juegos Olímpicos de Barcelona, cosa que tiene todo el sentido del mundo. Yo tenía 11 años y mi inconsciente se colaba a través de los barrotes de la racionalidad. Siempre que pienso en esta mierda me estreso sutilmente y unas finas y preciosas gotas de sudor cual perlas de sufrimiento invaden mi ya de por sí depauperado rostro homínido. Vamos allá, propongo que por algún motivo alguien decide atarte a una silla y hacerte daño (cosas que pueden pasarle a uno). El tipo te sienta y coge un cúter, te abre la boca, sitúa la hoja del cortante justo donde empieza la encía de uno de tus dientes de la parte superior de la mandíbula y empieza a filetear hacia arriba, a golpes secos. ¡TAC! ¡TAC! ¡TAC! La hoja pasa por debajo de la carne de la encía, arrancándola del diente y de la mandíbula. El proceso se repite hasta abarcar todos los dientes y, por supuesto, recibes heridas colaterales por toda la cara. Por el suelo quedan los restos, esos trozos de shawarma humano que también se colocan incómodamente dentro de tus zapatos o por el cuello de tu camisa, como si estuvieras en una peluquería. La peluquería de la carne.
 
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Este es algo más psicológico, es una movida incómoda. Realmente a la víctima no le pasa nada pero creo que puede ser una situación bastante jodida. El caso es que te llaman un día por teléfono y te dicen que toda tu familia y todos tus amigos han muerto. Están todos jodidamente muertos. El asunto es que toda esa peña estaba celebrando UNA GRAN FIESTA en un yate que a las pocas horas se hundió, dejando a esas, digamos, 300 almas perdidas en el umbral de la existencia. Era una fiesta de putamadre, con tus bandas favoritas tocando y con los directores de tus películas favoritos charlando con la gente y jugando al mus. Daniel Clowes estaba haciendo caricaturas, Steinbeck resucitado estaba escribiendo una nueva novela, yo qué sé, algo inaudito. Todos, absolutamente todos, se lo estaban pasando en grande, bebiendo y follando y tomando drogas nuevas que aún están bajo  testeo pero que son lo mejor que le ha pasado a la humanidad en siglos. Esa fiesta era, sin lugar a dudas, el mejor momento de sus vidas. Si hubiera un medidor de felicidad, como un termómetro de esos de mercurio, el metal líquido saldría disparado hacia la infinidad del universo como consecuencia de la abrumadora alegría que emanaba la embarcación. El caso es que según tu lógica,  tú tendrías que haber estado allí, al fin y al cabo era tu familia y tus amigos, tendrían que haberte invitado. Pero no, decidieron pasar de ti porque TODOS CREÍAN QUE ERAS UNA MIERDA. Prefirieron que te quedaras fuera de esa puta fiesta. Ahora todos han muerto, el yate se ha hundido. Los tipos sufrieron durante DÍAS. Congelados, devorados por tiburones o muertos de hambre sujetados a trozos de madera, la peor muerte de todas. El océano del mal, la garganta salada. Sientes un vacío existencial ciertamente incómodo, entiendes tu vida como una gran mentira. Estás triste por la muerte de toda esa gente pero también sientes odio hacia ellos, no te invitaron y realmente creían que eras una persona nauseabunda. “Que se jodan” piensas, pero entonces te das cuenta de que estás completamente solo y que seguirás estándolo hasta que te mueras. 3

Esta es bonita y a la vez mortífera. Iré rápido, que me he extendido un poco en las anteriores. Dos elementos: tú y una piscina llena de miel. Te lanzas dentro pensando que tiene que ser maravilloso. Los dos elementos son excepcionales: una piscina es cojonuda y la miel es algo que mucha gente disfruta, un elemento casi de lujo, un producto de la naturaleza, oro puro, algo que la evolución ha ido diseñando a lo largo de varios millones de años. Saltas y el tacto es agradable. Enormes burbujas de aire suben muy lentamente hacia la superficie. Es entonces cuando te das cuenta de que la densidad del líquido es extrema y que tus intentos para propulsarte hacia arriba son en vano. Tus brazos se mueven lentamente, no puedes subir, solamente bajar. Te estás hundiendo en miel  y lo peor es que es un espectáculo claramente visible. La transparencia de la miel permite ver tu extremo sufrimiento desde fuera de la piscina, donde tu mujer y tus tres hijas no saben muy bien qué hacer. No saben cómo salvarte, no saben cómo sacarte de dentro de esa colmena de la muerte. Esas putas niñas no tienen pelotas de salvar a su padre. Mientras te hundes tú también los puedes ver y no sabes si es la miel la que te está matando o si es la decepción de tener una familia de cobardes.

Venga, esta es fuerte. Esta es de la nueva cosecha, es de hace poco, la pensé hace un año o así. ¿Sabéis esas grúas que a veces montan en las ferias de mierda desde las que te puedes tirar en una especie de puenting improvisado? Bien, pues coged una de esas grúas y elevadla como 20 metros. Tú te subes arriba, por supuesto. Delante han instalado una especie de barra vertical que se eleva unos 15 metros. Es una barra muy delgada. De hecho tendréis que disculparme, no se trata de una barra, es más bien un alfiler. Es muy delgado, como un espagueti, o como un pelo. Muy largo y resistente, de adamántium si me permitís cruzar los límites de la realidad. Se mantiene recto e impoluto, como la democracia. Arriba en la grúa estás tú y te acompaña un operario que te dice que “saltes a la plataforma”. Evidentemente el tipo se ha confundido y no podemos considerar que esa fina línea sea una plataforma, es tan delgada que ha perdido el derecho a poseer ese significado. El caso es que el tipo está muy convencido y tienes que saltar encima de ese alfiler infinito. Caer directo hacia él, con la planta de tus pies. Le haces caso y saltas, la gravedad y todo eso hacen que quedes atravesado por completo, mientras caes tu cuerpo se desliza a través del hilo metálico. La trepanación sutil del metal crea una fricación contra tu carne que hace que tu caída vaya deteniéndose poco a poco, por lo que no caes 20 metros en picado, haces una pequeña frenada, como un baile vertical precioso. Te deslizas elegantemente hacia el suelo, donde caes de pie. La caída no te mata, pero te está atravesando una aguja de 15 metros, no puedes escapar, estás atrapado, no puedes ni acurrucarte fetalmente para gestionar el dolor con total intimidad. Lo peor creo que es ese momento en el que te dicen que saltes. Desde arriba solamente ves un punto muy pequeño, te dicen que saltes hacia él y sabes que te atravesará. No es una plataforma, es una aguja, no tiene sentido saltar hacia allí, pero lo haces. Lo haces como también sigues levantándote cada mañana para ir a trabajar a ese sitio de mierda que, en el fondo, también te está matando. ¿Qué os parece? Menuda forma de sufrir, ¿verdad? Espero que no os pase nunca toda esta mierda. Joder, suerte que todo esto es solamente una loca fantasía generada por el consumo excesivo de sardinas y cerveza barata del Lidl. Claro que supongo que en algún rincón de este sucio mundo hay algún dictador cocainómano que se dedica a hacer cosas similares a los niños huérfanos. En el fondo somos unos suertudos.