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Fotos

Un amor joven en patines

Karen traía un perfume con un aroma con el que me gustaría quedarme dormido. Tomó mi mano izquierda, la pasó por sus hombros, luego dentro de su suéter de angora hasta que estuvo dentro de su brasier.

Florida, 1975

Mato el tiempo dentro de un Volkswagen Karmann Ghia modelo 1968 en una autopista de dos vías y me quedan diez fotos en un rollo de Kodachrome. Un patín con luces de neón color azul, muy luminoso bajo el cielo nocturno, anuncia una pista de patinaje. Es sábado por la noche y un grupo de adolescentes están patinando por el lugar en busca de acción. En el estacionamiento hay dos chicas sosteniendo a un chico como si fuera un soldado herido. Les digo oigan, déjenme tomarles una foto.

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“Estoy bien pinche pedo” dice el chico. “Me empiné un tarro de Jim Beam y me vale verga todo”.

Apunto mi Contax con un lente de 85 mm hacia los tres. La chica de la derecha que usa una playera del ídolo adolescente de la época me dice “I’m the Fonz”, como en su playera. El chico ebrio levanta sus pulgares y grita “¡Ay!” en tributo a Arthur Fonzarelli. “Oye, yo soy más honrado que el pinche Fonzie”, dice el chico. “Él es honrado y todo, pero nunca se pone tan pedo y yo estoy bien pinche pedo”. Tomo la fotografía, les doy las gracias y entro a la pista.

La música del órgano suena una y otra vez como en un circo ambulante. Hay bancas rojas afelpadas a lo largo de la pared en donde los chicos y las chicas se sientan tomados de las manos. Un chavito se acerca en sus patines y dice hey, tómame una foto. Hace una mueca y yo presiono el obturador.

Los patinadores dan vueltas en círculos. La música se detiene, las luces se apagan y las parejas que están en las gradas tienen 30 segundos para besarse y abrasarse en secreto. Veo a un chico y a una chica acurrucados; un amor joven en patines. Veo a un chico y a una chica en las esquinas opuestas, angustia y depresión adolescente. Enfoco y encuadro la fotografía, disparo el flash y consigo una foto que voy a atesorar por el resto de mi vida.

Salgo del lugar, prendo un cigarro y veo los coches pasar. Cuando estaba en octavo grado, en 1962, solía ir al centro los sábados por la tarde a ver una película, socializar e integrarme. Recuerdo la película de El hombre de Alcatraz con Burt Lancaster como protagonista. Al verdadero Hombre de Alcatraz, Robert Stroud, lo habían transferido de Alcatraz a Springfield, Missouri, a unos kilómetros de mi casa, al Centro Médico para Prisioneros Federales, el lugar al que iban los malos a morir. Quería ver esta película pero cuando mi amigo Porterhouse me dijo que se había encontrado a unas chicas que estaban sentadas solas, chicas que eran famosas por sus historias sexuales, tuve que ajustar mis prioridades.

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Las chicas estaban sentadas juntas y a su lado habían asientos vacíos. Me senté en el asiento que daba al pasillo. Ya la había visto en la escuela, era rubia con un peinado abultado y usaba labial rosa. Usaba un suéter rosa de angora en el que ansiaba hundir mi cara. Traía un perfume con un aroma con el que me gustaría quedarme dormido. Porterhouse me contó que se había cogido a su hermanastro y a muchos de sus amigos.

"Hola, soy Scotty", le dije.

"Sí sé quien eres", respondió ella. "Yo soy Karen. Creo que tu amigo tiene prisa".

Porterhouse había saltado al otro asiento libre y ya tenía a la chica abrazada como en una llave de lucha.

"Sí, es mi héroe", le dije.

"No lo creo", dijo Karen."Yo creo que sólo intentas hacerte el gracioso. Es lo que me contaron de ti en la escuela, siempre intentas ser gracioso".

"Sí, pues, creo que es cierto", volteo hacia la película, Burt Lancaster da vueltas como alma en pena en su confinamiento solitario. "¿Sabías que ese tipo, el Hombre de Alcatraz, está en una cárcel aquí en Springfield?".

"Ya no", dijo ella. "Lo dejaron salir y ahora está trabajando en la fuente de sodas de la farmacia Crank. Me regaló un refresco de cereza la semana pasada".

"¿Qué? ¿Lo dejaron libre?", noto que está perpleja, casi sonriendo. "Ahora tú te estás haciendo la graciosa".

"Sí, pero eso no es lo que te habían contado sobre mí, ¿o sí?"

"¿Puedo besarte?"

"No, no beso en la primera cita. Toma mi mano".

Tomó mi mano izquierda, la pasó por sus hombros, luego dentro de su suéter de angora hasta que estuvo dentro de su brasier. Era la primera vez que tocaba un pezón. Ella veía la película sin mostrar emoción alguna. Cubrió su regazo con su abrigo y puso mi otra mano ahí abajo. Miré su cuello y su linda cara. Usaba de esos aretes de broche de los que cuelgan centavos. Ella observaba a Burt Lancaster y él animaba a un ave herida: “Vamos, pequeño inútil. Vuela.”

Cuando terminó la película, Karen me dijo que la próxima vez podríamos besarnos. Le agradecí, le dije que me había divertido y luego me sentí como un idiota. Cuando la vi en la escuela el lunes, me pasé de largo y fingí no conocerla.

El primer libro de Scot, Lowlife, se publicó el año pasado, y su biografía, Curb Service, ya salió a la venta. Puedes encontrar más información en esta página.

Lee más de Scot Sothern en su columna Historias Nocturnas.