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La pura puntita

Yendo

¿Cómo escribir en México después de Atenco, Aguas Blancas, Ayotzinapa?

Traemos adelantos, reseñas y entrevistas sobre los libros que te ensartarán en las mesas de novedades.

Yendo, publicado por Cuadrivio Ediciones (2014), es el nuevo libro de poemas de Antonio Calera-Grobet. En una breve conversación que sostuve con él responde algunas preguntas sobre este libro y su labor como escritor. Poeta, narrador, editor y gestor cultural, Calera habla sobre las fronteras y los alcances en su poesía.

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VICE: Yendo comienza: ¿De dónde parte Yendo y a dónde llega? ¿Y tú, estás yendo o huyendo?
Antonio Calera-Grobet: A mí me interesa esto de estar “yendo” porque creo que es el estado natural en que se enmarca el alma. Uno siempre viene dejando algo atrás. Existe por un lado un entorno por el que se acomete una especie de fuga y, por otro, un limbo, aún desconocido, al que uno se dirige y en el cual deposita sus esperanzas. Eso se llama porvenir, caro a América: mito fundacional. Es en esta tensión, entre el ayer y el mañana, el atrás y el adelante, que se enclava la conciencia. En una especie de entredicho. Ahora bien, como la cultura misma, esa conciencia pertenece tanto a lo que se va como a lo que no se va sino se queda. Ese cúmulo atesorado, fijado y guarecido químicamente en el cerebro, ese álbum de chalchihuites que conforma nuestro ADN cultural, no sólo fabricó nuestras señas de identidad y vertebra nuestra memoria, sino que determina la dirección y profundidad de nuestra mirada. Y es más: canta lo que vamos a hacer.

Así pues, yo “voy hacia”: voy yendo. Y Yendo soy yo, junto con el otro. ¿Hacia dónde? No lo sé. Creo, o siento más que pienso, que muchos nos dirigimos felices hacia el oriente. Que nos orientamos. Queremos ser más que estar, queremos limpiarnos las ideas. Y el occidente no es que no se preste para ello pero nos ha herido de muerte. Ojalá así sea. Hace poco, mi amigo el poeta persa Mohsen Emadi, me dijo: “Más que fronteras, hay que hablar de horizontes”. Es cierto. Entonces, por lo menos sé que voy hacia el horizonte, a fundirme en ese punto donde refulge una luz.

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No te preguntaré por qué escribes, te preguntaré por qué poesía y por qué ahora.
Hay culturas y hay civilizaciones. Y sobre ello, hay culturas que podrán tener epos (digamos la épica de la narrativa) pero no poiesis (digamos el canto de la poesía). No quiero decir con esto que el ethos (la sabiduría ética), de un pueblo, vaya en relación directa con el poder de su magma poético. Esa diferencia la hacen sólo los supremacistas y los supremacistas pastan, como sabemos, en el último peldaño de la evolución. Pero sí quiero apuntar a que la poesía nos es constitutiva. Nos fue dada como aleph, es decir, como oráculo de aliento por los dioses. Nos unge, nos religa y nos alimenta la poesía. La poesía, en su concepto ampliado, es el espíritu de creación que nos brinda humanidad. Y eso nos salva.

Ahora bien, ¿por qué ahora? Porque creo que agonizamos, morimos. Damos el último estertor. Nos sobreviene la muerte no biológica sino humana, por mano propia. Contrario a lo que se desprende de la frase de Gilbert Scott-Heron en 1970 (decía entre otras cosas algo así como “La revolución te va a poner en el asiento del conductor. La revolución será en vivo”), creo que la revolución sí fue televisada y no fue nuestra. Que en dicha transmisión fue el demonio y desde ahí se nos aniquiló. Televisión, claro, como metáfora del poder y su glamour. El dinero y su enfermedad transmitidos mentalmente, su gusto perverso por matar.

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¿Por qué ahora?, me preguntas. ¿Por qué siempre?, yo me pregunto. La poesía no es un salvoconducto para la felicidad, no es una máquina del tiempo para ir a lavar la historia. La poesía no va a cambiar el mundo. Eso lo sabemos. Pero te va a cambiar a ti. Creo en la poesía y su poder parabólico. Yo me he batido en ella y por ella.

Yo soy creyente en la poesía, con todo lo que ello significa. Quedo claro en que para muchos como Theodor Adorno, escribir después de Auschwitz sea ya considerado un acto de barbarie. Por ello me pregunto por la vida, frente al espejo, todos los días: ¿Cómo escribir en México después de Atenco, Aguas Blancas, Ayotzinapa? ¿Cómo escribir luego de los feminicidios del Estado de México, el lugar de las infamias asimiladas, habiéndome yo criado (no en España como se ha dicho) sino en el centro de Tlalnepantla? Y aquí es que se viene el peso del gerundio. Del “yendo”. Porque es una realidad que estamos ya escribiendo. Sobre el fango, escribiendo. Hic et nunc, aquí y ahora. Con la sangre escribiendo. Decenas, cientos, escribiendo de madrugada bajo los techos. Yo ni quiero, ni puedo, ni debo olvidar eso.

En el prólogo de Yendo Eduardo Milán dice: “Este es un tránsito doloroso”. ¿Lo es?
Por aquí no hay más Chaplin, y los grandes dictadores no juegan más con el mundo: lo acaban. La cosa del humano no está de color de rosa. A pesar de ello, considero que, a diferencia de lo que intentó el naturalismo, creo que un escritor está llamado a reflejar lo mismo el azul del cielo que el fango del suelo, para poner de cabeza una frase de Émile Zola. Tal vez Gertrude Stein diría ahora: “El mundo es una rosa que se necrosa, que se necrosa”. Me llama el hecho de que del pus que brota debajo de la costra, nacerá otra piel. Creo que los escritores pudieran ser eso: los que dibujan sobre esa piel el tatuaje de una rosa que se necrosa.

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Por momentos Yendo es como ser testigos de un viaje que no nos corresponde, como escuchar un secreto que es tuyo. ¿Por qué incluirnos? ¿Por qué incluir al lector en este tránsito? ¿Para qué?
Si parece que tendiera una invitación a un mero sacrificio individual quisiera fuera tomado esto como una apariencia sorteable. Me vino a la mente una respuesta que me diera el poeta chileno Raúl Zurita, a una entrevista que le hiciéramos Luis Felipe Fabre y yo. Iba por el rumbo la pregunta, más o menos, así, caricaturizando: ¿El poeta es un anacoreta loco que sólo se hiere lejos de la polis? Me dijo: “Es en el momento de la escritura que se suspende el horizonte de lo humano. Todo aquel que haya sufrido una experiencia real de dolor, de profundo miedo o abierta dicha, sabe que ahí desaparece la idea de sociedad, de ciudad o nación. Todo desaparece”. Así es. Si el filósofo Tales iba observando al firmamento mientras caminaba por el pueblo de Mileto y en verdad fue a dar a una zanja como cuenta la historia, lo hizo porque ese cielo importaba no a él solo sino a todos nosotros. No por lego. La empatía, ponerse en los zapatos del otro, sangrar por clamor, es un ejercicio espiritual tanto para el hacedor de versos como el lector de ellos. Al parecer esto no es posible para los políticos de mierda o para ese guardador de rebaños que es Dios, un dude hasta las manitas de ebrio, en babuchas, con su barba de tres días, al que se la ha ido un tanto la mano.

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 “Viajero: este poema fue escrito sólo para decirte que desde aquí en donde estamos pensamos en ti. Decirte que te queremos y te querremos siempre por lo que eres: un animal de alma abierta que ruge vivir, como debe cualquiera otro de nosotros. Vivir que es lo mismo que seguir, a través de los días, por sobre todo, porque no sabemos hacer otra cosa, porque ni nos va ni nos viene hacer otra cosa mejor”. Esto dices en “Poema para ser arrojado a las aguas”. ¿La quietud de las palabras también es vida?
Nos guarece la casa de las palabras. Sus tablas, sus tejas, nos protegen de las aguas, sean estas negras o sean blancas. No nos podemos imaginar en algún espacio o algún tiempo sin palabras: son nuestro hábitat. Una amiga novelista me decía hace unos días: podremos caer y caeremos, como todos, pero nosotros tenemos la escritura. Lo decía vehementemente, sin suponer que el escritor sea más o menos que un tragafuegos o el vendedor de boletos para un palenque. No te caigas, tienes la escritura, tienes palabras. Y eso es cierto. Sus palabras me tendieron la mano. Las palabras son vaho, son techo: descanso. Si quieres quitarle la vida a un escritor, de verdad un escritor, quítale el habla, déjalo sin palabras: morirá al tercer día, se secará por dentro. Sin palabras somos meros garbanzos.

Yendo es por momentos un poemario de amor, de testimonio, de denuncia… ¿Qué palabra resume todo eso y cuál poema es el centro de esa palabra?
El número dos es la llave que abre el libro. Voy yendo, hacia una parte, sí, pero voy por alguien que no conozco, no sé quién es: voy hacia la otra orilla para encontrarme con alguien. Busco un clamor de dos, para cantar. ¿Acaso eso sea la felicidad? Dos cubiertos sobre la mesa, dos amuletos, dos remos. Te mando un canario para que te cante. Un pajarito imaginario y seas muy feliz. Te cante y también te soliviante: no hay que dejarnos morir.

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¿Viajas solo? ¿La poesía es un viaje de soledad?
Hay, como lo concibiera Octavio Paz en ese monolito de sentido que es El arco y la lira, que hay una poesía de soledad y una poesía de comunión. El zurcido invisible entre ambos dominios, creo, teje la gran poesía. Plath no es sólo dolor sino humor negro, como Cernuda no es sólo el exilio sino el flagelo y la maravilla de la existencia mera, viva uno en Honduras o en Ginebra. Yo viajo solo, sí. Como todos, cargaré este amasijo de carne y huesos hasta el final. Pero lo hago también con mis muertos, con los amigos, mis almas amantes, que es lo único que tengo. Todos vivimos en paz en nuestras cabezas. Bebemos todos los vinos, leemos todos los libros. No hay ningún miedo a morir. Corremos, cantamos, visitamos a los recién nacidos, a los más viejos, cocinamos. Ese es el cielo. Ahí jugamos billar, pescamos enormes peces vela, pegamos de muletazos al toro de la puta vida. Ahí son mis invitados los reyes del mundo tal y como querían. Sí. Uno canta necesariamente sólo, pero regala tesitura a ese gran “Canto General” que soñó Neruda. Claro, sin Stalingrado. Pasa un tanto como en la Odisea. “Nadie” es en realidad un coro de todos. Y ahora caigo en cuenta: ¿Sancho Panza existió? ¿En verdad? ¿No era el gordo un poema tridimensional inventado por Alonso Quijano? ¿Cervantes existió? ¿Shakespeare, Homero? No lo creo.

¿Y Antonio Calera existe?
Me leen, luego existo.

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¿En dónde estás? ¿A dónde vas ahora?
Estoy escribiendo, sitiado en mi epidermis, en la Colonia Narvarte, que es un hermoso palmeral. Escribo desde antes, por supuesto, por sobre todas las cosas y hasta que muera. Pero atendiendo como se debe a la metáfora de tu pregunta, quiero decirte, conmovido por las dieciocho palmeras que se ven desde mi ventana, que estoy comprando uvas en Bidart o gardenias en Perote, o que voy a Marruecos, a dar una lectura en un palacio de Rabat. A mi costado en el auto (conducido desde hace mil años por el señor Mohammed y yo quiero mucho al señor Mohammed), la mujer que amo con toda mi sangre da sorbitos a una naranja que irradia a la tran-qui-li-dad misma. Y juro por mi vida que yo no puedo, ni quiero, ni debo dejarla de mirar.

¿A dónde voy? Voy a una isla que conoció muy bien Viel Temperley: “Voy hacia mi cuerpo”. Y voy también a descubrir la risa, la libertad y el verano, en otros. Recuerdo ahora a mi tía Ema, una negrita cubana, pura como la sal, con su pelo blanco, casada con el tío Miguel, hermano de mi abuelo español, y que quiso seguirla a Cuba cuando la guerra civil. Ella me cantaba ese lindo poema de Martí: “Yo vengo de todas partes, y hacia todas partes voy: arte soy entre las artes. En los montes, monte soy”.

Gracias por esta conversación. Conversación: canción de versos entre dos.

¡Gracias a ti, Antonio!

A continuación reproducimos un par de poemas de Yendo.

Digo algunas cosas

Por decir algo en estos montes, por decir quizá rinoceronte. Escribir una cosa así como niña de mis ojos (y vaya que lo siento), o escribir algo como esas pirámides que se topan con el cielo y son algo muy cierto. Escribir yo digo porque si no escribo (y entiendo estas son ideas mías), pienso nos congelaríamos en la superficie muy pronto, demasiado lento. Cosa fría. Y justo por eso es que escribo también vagabundo, madera o Tanzania, que es un país que ha sufrido lo que diez, diez decenas de diez. Una verdadera infamia. Y eso que yo nunca diría maldita sea ni mucho menos. Diría en todo caso dame un plato de caldo, una cobija, un carro alado. Me conformo con un jamelgo. Jamás diría tampoco esa es una matraca que me preocupa, ni diría cosa alguna como miedo en la página u oruga. Diría venidero y diría sangre y nunca córtale a ese tipo la garganta. No soy tan poca madre, no soy un prángana. Y es que yo nunca quise ser un tipo marranilla, un cortado, una mísera cuenta caída. No. No un doctor de batea o pilotillo membrete, un tonto estorbo de acera, un mequetrefe. Esto se dio así, yo no tuve nada que ver con ello. De pronto escribí lo que escribí, sobre las cortezas de mi cara, y sólo así puede seguir observando el tazón, la mesa, mi casa. Y como ya he dicho que escribo por ti, he de decirte también que no soy un gran mentidor. No en esto del decir. No soy un cabrón. Yo sólo escribo. Únicamente escribo y por lo tanto, hasta que no me haya ido del todo, seguiré del mismo modo hasta el último llano. Siempre que esté vivo. Y escribo no por que tengas una nueva rabieta, o para decirte levántate y anda, quiéreme mucho. Sabes tú ya bien como están las cartas sobre la mesa, los pesos y las medidas en este mundo. No verso tampoco por una cascada de piel sobre mi cama, por el contrato del ocio, tampoco por ir de lleno sobre el castillo de lo lustroso. Escribo poemas apenas como pacas de ropa sucia pero viva, en planas desordenadas, eso sí, con las manos arriba, y escribo de tejas y de ramas, de yardas chinas y de dar gracias. Ahora bien, te escribo una cosa. No te diré que no dije bebí (y lo hice hasta ver la hoja borrosa), no te diré tampoco que no maldije contra dios (porque vaya que lo hice). Perdón. Y es que yo no quiero ser un duro engrudo, una cadenita de macarrón, una bolsa de lisonja, un simple bocón. Yo sólo quiero escribir astromelias y un venado en Mérida que es mi muy amigo el niño, y te verás absolutamente hermosa en la feria, en serio, escribir fino. Escribir un capote ondeando y escribir una puya sobre la yema de tu astado, escribir pluma hasta que pueda hundir mi estoque y terminar cansado. O bien escribir en la tarde una botella de anís, escribir a mitad del cañaveral te traje un regalo, un poco de regaliz. Y escribir ante todo desde adentro, por las estrellas titilando en la bóveda del infinito, y esa enorme bola al centro, sostenida por el vaho de los vivos.

Carta a un joven escritor

Al principio fue el verbo decir, el terco golpeteo en el pecho por decir cuanto estuviera al alcance de la mano, pedir mano y decir, una y otra vez las señales del universo público como decir embrión, yo soy yo, yo soy yo y mis circunstancias, abecedario, lengua castellana. Una y otra vez decir la palabra arroz como decir combate, decir : “Ahí la llevamos”, la bella cruz a cuestas y cuesta, la cruz pesada de deletrear, en cierto sentido sentidamente el deseo de ser, de convertirse, armar un equipo equilibrado, entre la defensa y el ataque osado, de jugadas de fantasía pese a la marca, el marcador, el marco del contrario, ese río ingente de lo contigente, el río dela nada en que se nada, yo sólo sé que en mis disculpas fe de ratas, río que llega a la mar mareada de tanta inmensa significación intrascendente. Y luego pues, mínimamente caer por supuesto, caer lentamente y levantarse, dar de baja lo que pesa, ciertas presas que son lastre y levantarse pues, con la cabeza en alto y rellena de héroes, a decir otra vez, decir algo así como: ¡Despierta Amador! ¡Despierta! ¡Estás al aire!, montado en la lomita a tirar, a tirar de dados, tirar cuerdas, tirar tiros de gracia por gracia del lenguaje, hacer que el otro con franqueza se acerque, que el otro se rasque la cabeza, ablande su dureza o bien que sufra de lo lindo de lindas quemaduras leves en su interior, se eleven las aguas en calma de su río interior y cometa la fuga, cometa en fuga incandescente, con sus ídem en plural, en carretita de plano inclinado por la fuerza del arrase, la fuerza dura del poema a la yugular, a toda luz en contraste porque eso sí: nunca se nos irá la luz sino todo lo contrario, iremos al fondo blanco de la luz con la frente descubierta, a la luz natural de la razón en blanco porque el blanco es el otro lado, mira la mira, mírala frente al espejo, mira la Isla, donde aislados habrá que preguntarse aún más por el contenido neto, por el fado exhalado, el texto desnudado en tinta real que viene de realeza, real de existencia, entregarse a develar a toda costa y ciudad, pasar la noche en vilo velando por develar, viento en vela al velador con mazo eso sí, cuidado con nuestros perros porque nos vamos con toda el agua con todo el carbón, con toda la sangre por esa voz (voz que arroja nuestras balas, nuestros martillos, nuestros discos, las letras escritas, las literales, las editoriales), porque nada, una absolutamente nada saldrá de relajarse en la isla sin escribir vos, sin escribir nosotros, nada al arrojar la toalla porque el escriba criba, porque su hora es ahora y será de trabajar ahora y en la hora de nuestra muerte, amén. Ámen, de nuevo, ámen de nuevo a nuestros aviones sobre la pista, listos a lo caro de corazón, pasar revista al maravilloso cielo magistral, andar, andar, arar en la aurora  en aras de un feliz futuro, a paso firme, por la tierra firme de la idea, por todo lo pensado gravemente por nuestra gente en eras: arrancar, arrastrar, arrasar, arropar al que pide asilo, silo de granos para los que tienen hambre histórica no histriónica cínica de ser sino hacerse, de concebirse al hacerse en todo lo alto de la montaña, las más mañanas. Por eso te digo: ¡Vamos, venga, vamos!, como marchistas, bisontes, alpinistas a la altura,  hasta la línea del horizonte, para llegar juntos y a la hora marcada, a la hora más puntual, a la hora de la verdad ahorcada a dar la cara, toda la carota de Ipanema, del lexema y el gramema, la cara noche y día, días de sol y días de sombra hasta la arena de Normandía, hasta la antigua Roma, por eso te digo: ¡Vamos, venga, vamos! Digan de nuevo y para siempre digan lo que quieran, lo más querido sea siempre lo que digan, hablen y hablen hasta los codos, salga por sus poros, hasta las altas horas de la madrugada civilización, hasta dar con el majestuoso regreso de los tiempos en que soñamos con ustedes, tomados de la mano y ustedes, arrasados por amor, ustedes se besen, sobre los puentes del nuevo mundo.

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